Un otoño romano
Pues aquí vuelvo. Tengo varias reseñas atrasadas, pero no encuentro el momento de escribirlas. Estoy saturado de trabajo y es difícil estar centrado para escribir. Pero, bueno, aquí estoy para hablaros de uno de mis escritores favoritos, Javier Reverte, y de uno de sus peores libros (al menos de los que me he leído yo). Una pena, sí. No sé si es que se ha vuelto peor escritor, si es que a mí se me ha pasado el enamoramiento, o si es que el mejor escribano echa un borrón.
Y el caso es que lo tenía todo para que me encantara. Roma, Reverte, viajes e historia. Pero tiene un tonillo de superioridad y de desprecio que echa para atrás. No desprecio de los romanos, o no de todos, sino que es un ejemplo de la ley del embudo que me ha dejado patidifuso.
Que alguien escriba cosas como estas: "En cierta forma, los romanos, acosados como todos los europeos del sur por los desmanes del capitalismo salvaje, han decidido instalar por su cuenta espacios en donde reina el estado de bienestar; esto es, la cultura de lo gratuito. Y en buena medida, el gobierno municipal colabora en el empeño, ya que encontrar un sitio en el que puedan comprarse los billetes de autobús o tranvía —en quioscos de prensa y estancos— es una tarea ardua: casi siempre están agotados. Además de eso, los autobuses son pocos y tardan mucho en llegar a las paradas, a veces más de media hora. De modo que, a mal servicio, menos obligaciones y mayor burla de la ley. Es justo, ¿no?" (referido a no pagar los transportes público) habla bastante mal de quién usa así el término justicia. Supongo que hará lo mismo cuando va a un restaurante y le parece caro lo que hay, coge y se va. O le parecerá muy bien que si alguien lee sus libros y no le parecen buenos, no pague. Además que ese no pagar es bastante relativo. Porque todos los romanos lo pagan, ya lo creo que lo pagan, y de esta manera tan particular terminan pagándolo más quienes menos lo usan.
También se tira el pisto en situaciones hipotéticas como cuando nos cuenta una anécdota con Alberti y su gato: "—¿No te gusta mi gato? —me preguntó, malévolo. —Me da miedo. —Déjalo un rato a su aire y se irá. Te empieza a apreciar. Era mentira, por supuesto. Y Alberti siguió a lo suyo con las chicas, echándonos al minino y a mí, de cuando en cuando, una mirada de satisfacción. Yo era un veinteañero tímido y él un celebrado poeta. Hoy habría estrangulado al gato y hubiera tirado el cadáver a las narices de Alberti". Ni lo mató entonces ni no mataría ahora. Es pura autojustificación dándoselas de duro que no tiene ningún sentido.
Tiene también un aire de sofismas absurdos que, aunque alguna vez aparecían en sus libros, en este son legión: "San Beda, un sacerdote británico, dijo solemne: «Mientras exista el Coliseo, existirá Roma. Y si existe Roma, existirá el mundo». No sé muy bien si eso quiere decir que, mientras se torture y se asesine, seguiremos siendo humanos". WTF? O este otro: "si un día se fabricasen cámaras que lanzaran balas en lugar de recoger instantáneas, el mundo sería el escenario de una carnicería semejante a la de la Gran Guerra". Pero, ¿de qué vas, Javier?
También falta un poco de revisión y correcciones como cuando dice que se está leyendo Cosecha Roja de Raymond Chandler confundiéndolo con Dashiell Hammett.
Y ya llegamos al esperpento cuando dice cosas como estas: "El jazz es la música de Nueva York. [...] Y ahora, oyendo a los viejos músicos del Trastevere, me doy cuenta de que Roma es una ciudad melancólica y de que el jazz es una música de melancolía. Encajan jazz y Roma. Más que Nueva York, que es la metrópoli más alejada de la melancolía de todas las que conozco". Todo en esas frases es apriorismo y lugares comunes. Se ha convertido en un escritor sentencioso y aburrido.
Ya no llama la atención cuando dice "Notará el amigo lector mi escrupulosa manía por el rigor en la investigación histórica". Cosa que es cierta, o lo era, pero no añade: "y el poco rigor de ms opiniones de embudo king size".
En fin, no quiero meterme con ese rigor histórico como cuando dice que en el hombre de Vitruvio "el artista quiso retratar las medidas ideales del hombre, lo que los clásicos llamaron «proporción áurea»" confundiendo la proporción áurea con el canon de Vitruvio.
Que no me ha gustado, vamos. Espero que sea un borrón en el camino y que pueda seguir disfrutando de sus libros, algunos de los cuales he reseñado aquí, aquí o aquí (en este último ya decía que me empezaba a no gustar con su condescendencia y superioridad). Creo que me he leído todos sus libros de viajes y este es el que menos me ha gustado.
De todas maneras entran muchas ganas de estar en Roma, de visitarla, patearla y difrutarla.
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