En bici

Todos los veranos de mi infancia que recuerdo son en bici. Porque el verano-verano empezaba realmente cuando nos íbamos al pueblo. Sí, llamadme loca, mis vacaciones consistían en alejarnos de Santander y sus playas para pasar un mes entero en un pueblito en Segovia. Al principio ¡sin piscina! Para que os hagáis idea, entonces todavía no había piscina municipal y todavía no hay donde comprar el periódico.

No sé a qué edad empecé a montar en bici yo sola. Sé que me enseñó mi padre. A los cuatro: mis dos primas, mi hermano y yo, nos enseñó él. A los cuatro en la era, detrás de casa. Recuerdo vagamente esa sensación entre el pánico y la satisfacción al darme cuenta de que él había dejado de sujetar el sillín y saber que era mi pedaleo lo que mantenía el equilibrio.

La bici y el pueblo eran la libertad total. Desde bien pequeños salíamos por la mañana y no volvíamos hasta la hora de comer. En cuanto nos dejaban ‘espera un poco, hija, que ahora hace mucho calor y no hay quien pare por la calle’ volvíamos a salir hasta la merienda (o nos la llevábamos puesta) y otra vez no se nos veía el pelo hasta la cena. De casa a la plaza, de la plaza a la ermita, de la ermita al frontón, del frontón al parque, del parque a comprar chuches a la Conce, otra vez a la ermita… alguna incursión en los campos de girasoles para arrancar una cabeza y comernos unas pipas. Eso eran nuestros: días, bici bici y más bici.

Primero una orbea naranja con sillín blanco, luego una bh azul. Las dos heredadas de mi prima mayor. Luego tuve una propia. Roja y blanca. Es uno de los regalos de cumpleaños que mejor recuerdo. ¡Qué nerviosa estaba esperando que la trajeran! Mi padre flipó cuando, mientras hacíamos tiempo, al no salirme algo se me escapó un ‘joder’ de lo nerviosa que estaba. Fue bastante comprensivo a pesar de lo pequeña que era para decir semejante cosa.

Luego me hice mayor, dejamos de ir al pueblo y se acabó la bici. Los veranos no fueron iguales y nunca he vuelto a tener tanta libertad como entonces. No, nunca.

La semana pasada, C aprendió a montar en bici con sus abuelos. Ha sido capaz de guardar el secreto hasta que fuimos a buscarla para darnos la sorpresa. Es maravilloso verla pedalear toda orgullosa con sus piernas largas, la espalda recta y los ojos sonrientes.

Pero yo no puedo evitar sentir un poco de pena. Porque ella no tendrá esa libertad que yo tuve. Porque ya no tenemos pueblo, porque son otros tiempos y vivimos en medio de Madrid. Y porque su madre, la de C, es un poco más histérica que sus abuelos entonces. Ayer ya se ponía nerviosa si la perdía de vista y tardaba diez segundos más de lo previsto en dar la vuelta al parque.

Supongo que entramos en una nueva etapa. Bienvenida sea.

Comentarios

  1. Yo soy superdesnaturalizada y las mando alegremente por LM a montar en bici, a comprar el periódico y esas cosas...y sin casco!! vivo al límite.

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  2. Claro, pero es LM. Yo tenía el pueblo. Eso los míos no lo van a tener. Y es lo que me da pena.

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  3. Yo no tuve pueblo, aunque sí que montaba en bici por caminos alrededor del chalecillo de Ávila y hacía bastante el cabra. Es cierto que nuestros hijos no tienen pueblo y se pierden cosas que nosotros tuvimos. Supongo (espero) que ganen otras a cambio...

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  4. Antiguamente las clases medias tenían suficiente dinero para, además del piso en Madrid, tener otro piso o incluso un chalet en la sierra. Yo de hecho también aprendí a montar en bici en la casa que mis tíos (que eran los ricos de la familia y me llevaban en verano con ellos) tenían en la sierra. Lo normal entonces era eso: la familia se iba todo el verano a la sierra y quince días o 1 mes a la playa. Y el marido mientras de Rodriguez en Madrid. Francamente no parece que hayamos mejorado nuestra calidad de vida.

    La opción que te queda es venirte a vivir a la periferia: tardas algo más en llegar al trabajo [o no, depende de donde trabajes ;)], pero tiene otras ventajas, especialmente si tienes críos.

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    1. Sí, y también tendríamos piscina seguramente. Pero aun así todavía le veo más ventajas al centro. Qué quieres, yo solo era de pueblo en agosto ;)

      Por cierto, que mis padres no tenían dos casas. La del pueblo, era la casa de mis abuelos. Fueron ellos los que sí pudieron tener más de una, a mis padres ya les pillaron las vacas flacas.

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  5. Yo también me recuerdo en bici. En el poblachón y también por El Pardo, mi padre nos llevaba allí en invierno, cuando nevaba y no se podía subir.

    Y sí que se hace raro ir de Snatander a Segovia. No habría piscina, pero seguro que había un rio cerca, con o sin pozas. Ir al rio y coger moras por el camino, eso también es de la infancia (bueno, de la mía).

    Muy buen post.

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    1. Sí, hay río pero íbamos poco. Dicen que sus aguas vuelven loca a la gente. Además solía tener poca agua. Y de moras nada, es zona más de cardos que de moras.

      Gracias.

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  6. La mezcla bici+pueblo es brutal. Pero seguro que bici sin pueblo también le va a gustar, aquí hay parques, y Retiro, para que pueda pedalear a gusto.

    Me parece sensacional que fuera capaz de mantener el secreto para daros la sorpresa en directo.

    He vuelto.

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