El Interior
"Cuando hablo de entelequia ―de la Argentina como una entelequia― estoy pensando el país como una fatalidad: suponiendo que un país es ese espacio geográfico que tantos millones de personas comparten por azar ―porque nacieron―, donde cada uno de ellos intentará sacar el mayor provecho posible de la situación ―o ni siquiera. Pero quizás habría que pensarlo como un principio activo: como reunión de voluntades. Quizá habría que definir un país ―¿una patria?― como el espacio geográfico cuyos habitantes comparten un proyecto: consideran que tienen intereses comunes cuyo logro y sostenimiento va a beneficiarlos a todos. Si es así, puedo recorrer cien mil kilómetros y no voy a encontrar un país Argentina.
La Argentina fue así, sin duda: eso es lo que fue. Eso ―mucho más que los Liebig, los ferrocarriles, puentes, ranchos― es lo que realmente ha caído en ruina".
Martín Caparrós. El Interior.
Durante estas vacaciones me he leído este libro que tenía aparcado desde hace un par de años. Es un libro que compré en un momento de irracionalidad compradora en una tienda online en Argentina y... tengo que tener más momentos de esos, sin duda.
Al final es el libro el que te elige a ti. Al menos algunas veces. Me puso ojitos desde la balda y me lo leí este verano. El libro es un viaje por el interior de Argentina. Martín Caparrós es porteño e indica como Buenos Aires y el Interior son dos mundos distintos y mútuamente enfrentados. De hecho una de las cosas que homogeiniza ese interior de desiertos, valles, salinas, junglas y pampas es su rencor o enfrentamiento o sentimiento de agravio constante frente a Buenos Aires.
A mí me encantan los libros de viajes, como ya sabéis, y este me ha parecido fantástico. Si la gente de Buenos Aires desconoce el interior de Argentina no os digo lo que lo desconozco yo. Me sonaban algunos nombres de ciudades (Rosario, Mendoza, Córdoba), pero no sabría ubicarlas en un mapa, la verdad.
El libro también es bastante triste porque describe un mundo de pobreza casi inconcebible en un país que nos lo pintan como desarrollado. El autor se embarca en un viaje en coche de miles de kilómetros a través de Argentina y habla con la gente y, sobre todo, escucha. Yo sé escuchar, creo; lo que me resultaría muy difícil es hacer que un desconocido empezara a soltar carrete. Y eso es lo que hace el señor Caparrós. Tira de la lengua intentando entender qué es el interior de su país y qué es ser argentino.
Está claro que aparece la corrupción, el enriquecimiento de unos pocos y la pobreza clientelista de otros muchos. Muestra la falta de emprendedores, la casi sistemática anulación de la iniciativa dejándolo todo al albur de los políticos populistas que aparecen como salvadores de su provincia y comprando los votos a cambio de promesas que saben que no van a cumplir.
Argentina es un país enorme (el octavo más grande del mundo entre la India y Kazajstán) y con mucha riqueza natural, pero lo que parecía que iba a ser un gran país está alejado de llegar a serlo.
Hay un discurso común a casi todos los testimonios recogidos en el libro que culpa de su situación a los políticos. Argentina es un gran país, no nos merecemos los políticos que tenemos, son ellos los que no nos representan porque los argentinos somos buena gente. Es cierto que tenemos que trampear, que hay que estar vivo y que defraudar no es algo tan grave... ¿no?
Supongo que os resultará familiar... la culpa es de los políticos, no nuestra. Nosotros somos los mejores. Si no fuera por otros...
En fin, he doblado un montón de esquinita. Algunas:
"La Obra está presidida, faltaba más, por el dios más común en estas tierras: en el medio del medio, alto sobre una loma, un Jesús Cristo de seis metros, los brazos bien abiertos, la túnica blanca, con su paño púrpura, los ojos muy celestes. Lo escoltan, a cada lado, seis apóstoles: tienen túnicas con pliegues, barbas negras y, cada uno, su cruz, espada, llave, libro, pájaro. Las esculturas están realizadas en el mejor estilo Enano de Jardín Tardío: los rasgos muy acentuados torpes, los colores rutilantes torpes, la composición ligeramente torpe".
"Detesto esa costumbre tan prudente: me subo al Erre, me abrocho el cinturón. Prevenir es un gesto complicado: suponer el desastre. Nada más lleno de futuro que atarse como quien acepta la posibilidad de que sea necesario. Ponerse el cinturón es apostar al futuro: al horror del futuro. Pero también es optimismo: el destino es cruel pero yo puedo pelear contra eso y, si acaso, ganarle. El optimismo perfecto sería no ponérselo; el pesimismo perfecto, no ponérselo. Ponérselo es entrar en un mundo mediatinta, suponer que todo puede ser una desgracia pero tiene una chance de pelear contra eso: hacer política, vivir".
"...aparecen en mi camino fábricas cerradas, vías muertas, pueblos abandonados: la tentación de compararla siempre con lo que fue ―o, peor: con lo que debería haber sido. Ése es, en verdad, el problema: la Argentina se jugó a una carta muy botona. La Argentina era la tierra de la gran promesa, el país del mañana: ahora, que el mañana ya llegó y es esto, es casi lógico comparar su realidad con aquella ilusión. Y es un engorro".
"...otro amigo dice que son unos truchos: que los tobas del pueblo son unos truchos que no mantienen sus costumbres:
―Se enganchan en cualquiera, escuchan cumbias, en cuanto pueden se compran celulares. Hacen todas cosas que no tienen nada que ver con sus tradiciones.
―¿Y vos vas a la iglesia todos los domingos y te casaste virgen y te ponés polainas y galera y te cuenta las noticias un trovador errante y hablás calabrés como tu abuela y viajás a caballo como tu bisabuelo?
Le pregunto sin gran curiosidad. Siempre me sorprende esta exigencia de que los indios persistan en todo lo que fueron, que se dediquen a la conservación. Siempre me sorprende que parezca de buen sentido progre humanitario conseguir que conserven: los indios solo son lo que deben ser si son como eran ―y los que se lo exigen suelen ser los que están, supuestamente, por el cambio.
Todos nos mezclamos; por suerte, todos nos mezclamos. Nuestras costumbres cambian, nuestras vidas. ¿Por qué eso que en los demás se llama cambio ―cuando no progreso― en los indios parece ser desastre?"
En fin, que un libro fantástico de un escritor muy bueno. Leedlo, os gustará.
En fin, he doblado un montón de esquinita. Algunas:
"La Obra está presidida, faltaba más, por el dios más común en estas tierras: en el medio del medio, alto sobre una loma, un Jesús Cristo de seis metros, los brazos bien abiertos, la túnica blanca, con su paño púrpura, los ojos muy celestes. Lo escoltan, a cada lado, seis apóstoles: tienen túnicas con pliegues, barbas negras y, cada uno, su cruz, espada, llave, libro, pájaro. Las esculturas están realizadas en el mejor estilo Enano de Jardín Tardío: los rasgos muy acentuados torpes, los colores rutilantes torpes, la composición ligeramente torpe".
"Detesto esa costumbre tan prudente: me subo al Erre, me abrocho el cinturón. Prevenir es un gesto complicado: suponer el desastre. Nada más lleno de futuro que atarse como quien acepta la posibilidad de que sea necesario. Ponerse el cinturón es apostar al futuro: al horror del futuro. Pero también es optimismo: el destino es cruel pero yo puedo pelear contra eso y, si acaso, ganarle. El optimismo perfecto sería no ponérselo; el pesimismo perfecto, no ponérselo. Ponérselo es entrar en un mundo mediatinta, suponer que todo puede ser una desgracia pero tiene una chance de pelear contra eso: hacer política, vivir".
"...aparecen en mi camino fábricas cerradas, vías muertas, pueblos abandonados: la tentación de compararla siempre con lo que fue ―o, peor: con lo que debería haber sido. Ése es, en verdad, el problema: la Argentina se jugó a una carta muy botona. La Argentina era la tierra de la gran promesa, el país del mañana: ahora, que el mañana ya llegó y es esto, es casi lógico comparar su realidad con aquella ilusión. Y es un engorro".
"...otro amigo dice que son unos truchos: que los tobas del pueblo son unos truchos que no mantienen sus costumbres:
―Se enganchan en cualquiera, escuchan cumbias, en cuanto pueden se compran celulares. Hacen todas cosas que no tienen nada que ver con sus tradiciones.
―¿Y vos vas a la iglesia todos los domingos y te casaste virgen y te ponés polainas y galera y te cuenta las noticias un trovador errante y hablás calabrés como tu abuela y viajás a caballo como tu bisabuelo?
Le pregunto sin gran curiosidad. Siempre me sorprende esta exigencia de que los indios persistan en todo lo que fueron, que se dediquen a la conservación. Siempre me sorprende que parezca de buen sentido progre humanitario conseguir que conserven: los indios solo son lo que deben ser si son como eran ―y los que se lo exigen suelen ser los que están, supuestamente, por el cambio.
Todos nos mezclamos; por suerte, todos nos mezclamos. Nuestras costumbres cambian, nuestras vidas. ¿Por qué eso que en los demás se llama cambio ―cuando no progreso― en los indios parece ser desastre?"
En fin, que un libro fantástico de un escritor muy bueno. Leedlo, os gustará.
Y yo me pregunto por qué te gustan los libros de viajes...
ResponderEliminarO sea, si un político defrauda y trampea está mal (que lo está) pero si lo hago yo, ¿no?
ResponderEliminarAaaaaaaaah.
Me recuerda a uno de esos argumentos que consiguen que me vuelva verde y se me quede toda la ropa pequeña (menos unos pantaloncitos de increíble resistencia): "Hay gente que hace cosas peores".
O "Es que lo hace todo el mundo".
Pues nada hombre, si lo hace todo el mundo, o hay cosas peores, pues qué más da.
Carmen, me encantan. Es así, cada uno tiene sus taras. Imagínate que hay gente a la que incluso le gusta Alice Munro... :-P
ResponderEliminarLoquemeahorro, a mí también me sale la vena en el cuello. Es la ley del embudo. Tú ves lo que hacen los otros y te parece fatal, mientras que si eso mismo lo haces tú pues es lo normal o que eres espabilao.
ResponderEliminarMe lo anoto.
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