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Pues el lunes finalmente fue. Conseguí llegar tras atravesar el caos madrileño generado por una insignificante nevada de la que se estarán riendo, supongo, en sitios como París, Moscú, Estocolmo o Washington si es que allí ha llegado tan ridícula noticia. Pero no quería ocuparme ahora de las diferentes autoridades estatales, autonómicas y municipales porque estas son fechas de paz y concordia y después de lo del lunes mis pensamientos hacia ellos van más bien hacia otros derroteros.

El hecho es que llegué a tiempo para ver la función navideña de C. No os lo creeréis pero había cola. Como somos novatos no lo sabíamos y nos tocó de pie en un lado. Así que ya he decidido que el año que viene abandono a los tres y hago noche en la puerta del cole para pillar sitio frente a las estrellas (estrellitas) cual fan adolescente de los Jonas Brothers. Porque los primeros en salir fueron los de la clase de C y la pobre se pasó todo el rato buscándonos con la mirada. No nos encontró. Aunque después le insistimos en que allí estábamos, estoy casi convencida de que no nos ha creído porque el mismo lunes, ya en casa, hizo una aparición estelar en el salón y nos recitó la poesía de la fiesta. Teniendo en cuenta que llevaban preparándola como un mes y que hasta entonces había mantenido en secreto todos los detalles de la actuación, para mí eso es una prueba irrefutable de que cree que no fuimos. Pues vaya mierda. Porque como comprenderéis a esas cosas se va para que tus hijos vean que has ido, no porque estés pensando en disfrutar del espectáculo. Seamos francos, como espectáculo deja bastante que desear. Sí, los niños son monísimos y muy graciosos: los que se aplican y se les ve todos concentrados, los que pasan de todo y siguen a su bola, los que se preocupan más por corregir al que tienen al lado que por lo suyo (yo era de estas, sí, así de miserable), los que se quedan parados mirando al infinito… Todo eso mientras cantan unos villancicos de lo más modernos donde los reyes viajan en camión, el niño Jesús tiene tres pecas y cosas parecidas. Yo que pensaba que las teretes me habían enseñado lo último en villancicos me he quedado en la prehistoria.

Sin embargo el espectáculo, el espectáculo de verdad lo dan (lo damos) padres. ¡Madre mía! Allí había clanes enteros que habían cogido filas y filas de sillas y se llamaban a voces entre sí, se avisaban cuando salían los niños, se cambiaban los sitios, comían cosas que hacían ruido… Luego estaban los que van por libre. Esos se pasaron toda la función entrando y saliendo sin importarles los niños ni la educación. Y por último estamos los pardillos, como ND y yo, que aguantamos estoicamente toda la función de pie y se nos nota un huevo que somos novatos, aquel no es nuestro hábitat y nos intimidan los otros, los padres veteranos (bueno a ND seguro que no le intimidan, pero a mí sí).

Sin embargo lo mejor de la fiesta fue después cuando tuve que ir a recoger a C en su clase y comprobé lo buenita que es. Allí estábamos todos los padres apiñados porque no se cabía y los niños, sentados en círculo en el suelo, muy revolucionados por la presencia de público. Mi C estaba tan tranquila escuchando lo que nos decía la profe. Me saludó contentísima cuando me vio pero se mantuvo en su sitio, fue a devolver su pandereta esperando su turno y ya vino a enseñarme su clase y sus trabajos toda orgullosa. Me emocionó verla tan obediente y tranquila y a la vez tan contenta. Luego lo he pensado mejor y no sé si emocionarme o preocuparme. Ser educada y respetuosa, esperar tu turno, no atropellar a los demás son cualidades con muy poco prestigio en estos tiempos. Así nos va a ND y a mí. Y es que muchas veces nos hacemos esta pregunta: ¿estaremos haciendo lo correcto intentando inculcar a nuestros hijos el respeto a los demás y las normas básicas de lo que antes se llamaba urbanidad y buenos modales? Por ahora pensamos que sí, pero la realidad desanima bastante.

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