Lacrónica
"Pensaba que debía encontrar algo así como una forma de hacer ―me decía,
por no decir "estilo". Leí. Me sorprenden personas que quieren ser
periodistas y no leen: como un aprendiz de pianista que se jactara de no
escuchar música. No se puede escribir sin haber leído demasiado; no se
puede pensar ―entender, organizar, hablar― sin haber leído demasiado".
Martín Caparrós. Lacrónica.
Podría poner simplemente que este libro es de lo mejor que he leído en varios años y terminar ahí. Seguramente todo lo que añada será palabrería.
Es el cuarto libro de Martín Caparrós que me leo y espero leerme muchísimos más. Todos son fantásticos. Creo que nadie me ha hecho caso o al menos yo no recuerdo que nadie haya comentado diciendo que le ha gustado o que vaya recomendaciones tan absurdas hago.
Y eso me da por un lado un poco de pena porque me gusta compartir lo que realmente creo que es excepcional y por otro lado, pues no, con leérmelo yo es suficiente. Ahí está el mundo del libro y que cada uno lea lo que quiera.
Este libro es, como siempre con los de Caparrós, difícil de definir. Es una mezcla entre crónicas recopiladas, extractos de libros o entrevistas y reflexiones sobre lo que es la crónica o, cómo él la llama, lacrónica.
Las crónicas escogidas y las reflexiones van intercaladas en el libro. Los nuevos textos a veces son introducciones o aclaraciones a lo que viene después, reflexiones sobre la escritura, recuerdos personales... una maravilla en cualquier caso.
Porque Martín Caparrós escribe como pocas personas, como pocos periodistas. No es sólo su estilo, es todo lo que hay detrás, lo que ha pensado, lo que ha visto, cómo lo cuenta. Su desengaño, su toma de partido sin dar respuestas o sin imponerlas.
Todo eso está en este libro que me ha encantado y que os recomiendo fervientemente. Y me atrevería a recomendárselo a aquellos que escriben (o escribimos) de una manera profesional o semi profesional. Sus consejos se pueden aplicar a cualquier escritura: buscar el tema, cuidar la primera frase, buscar un tono, una huella, buscar las preguntas... no sé, a mí me parece que mucha gente puede sacar partido de este libro.
Además tiene en algún caso fragmentos de otros libros suyos. Yo ya os hablé de otros tres: Contra el cambio, El Interior y El Hambre.
Os pongo algunos párrafos de los que he señalado:
"Hablábamos del tono, sus misterios. Hacerse de una voz: encontrar formas de la voz que se hagan propias. Apropiarse una voz, dar con un modo de decir, rasgos de estilo. Puede ser un camino más o menos largo; sé, en todo caso, que no hay otra forma de empezarlo que copiar.Lanzáos sobre él si esos párrafos así os lo piden. Si os quedáis como estábais, pues no lo intentéis. Es un libro para pensar, reflexionar y disfrutar haciéndolo.
Copiar es inevitable: aprender es imitar lo que otros encontraron. Leer, leer, leer. Ir recogiendo formas, trucos, modos, un poco de aquí, un poco de allá. Lo malo no es copiar ideas, giros, tonos; lo triste sería quedarse en esa copia, empantanado, satisfecho. Vale seguir buscando, mezclando, retorciendo y, si acaso, conseguir que en las dosis de la mezcla, en el producto de esos choques pueda ir apareciendo algo distinto: una voz propia".
"Mientras no se demuestre lo contrario, el lugar de los adjetivos está después de los sustantivos. Los adjetivos están muy cómodos detrás, soplando nucas: la estructura con que pensamos nuestro idioma tiende a situar primero el sustantivo y después adjetivarlo ―a diferencia, por ejemplo, del inglés. En el castellano corriente el adjetivo antepuesto es un signo de la misma supuesta belleza mersokitsch donde militan las segundas palabras: aquel bello jarrón y sus violetas flores.
Los adjetivos, además, deben mezquinarse. Son como merca, un suponer: un pase de vez en cuando te puede poner en órbita, pero si no parás vas a necesitar cada vez más para producir algún efecto. Así, los adjetivos: para que sirvan, para que adjetiven, no deben ser una costumbre sino un sacudón que aparece cada tanto. Caso extremo: dos o más adjetivos sobre un solo sustantivo lo destruyen ―y destruyen, en general, al periodista que los arroja cual confeti viejo".
"La situación es curiosa: si mucha gente habla mal de un supuesto dictador, resulta que no es tan malo, porque por lo menos se puede hablar mal de él. Pero si nadie habla mal de él, ¿será que es un feroz tirano, que no permite siquiera esa mínima crítica? ¿O que no hay razones para criticarlo? La paradoja del supuesto dictador es peliaguda".
Ante tal entusiasmo no me puedo resistir. Haré por leer a este señor.
ResponderEliminarYo me pongo en lista de espera.
ResponderEliminarHaréis bien en leerlo. Luego me lo podéis agradecer o no perdonar, eso ya depende de cada cual. No os dejará indiferentes.
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