Angustias
J cumplió dos años sin emitir casi una palabra. En la revisión de los dos años la pediatra nos mandó al neurólogo. La cita nos la dieron para más de dos meses después. ¿No se supone que Espe iba a reducir las listas de espera? Aunque estábamos un poco preocupados resulta que en estos dos meses J ha empezado a imitar sonidos de animales, onomatopeyas varias y a decir algunas palabras algo precariamente. Para cuando nos tocaba ir al neurólogo ya pensábamos que sería un mero trámite y que nos dirían que sí que va un poco lento pero que no hay de qué preocuparse.
El lunes ND fue al neurólogo con J. Yo, como toda madre agobios que se precie, me pasé toda la noche debatiéndome entre ir con ellos y pasarme meses recuperando horas de trabajo perdidas o no ir y sentirme súper mala madre. Al final ND me dio el empujón hacia la oficina. Iba en el coche sintiéndome la peor madre del mundo y esperando la llamada tranquilizadora de ND. Nada más lejos. Resulta que el neurólogo eran dos, una especie de pin y pon becarios de neurólogo infantil que se dedicaron a hacer las preguntas más absurdas y crearnos la mayor de las inquietudes a mí y el mayor de los cabreos a ND. Según el relato de ND se preguntaban entre ellos ‘¿a ti qué te parece?’, se iban de la consulta y les dejaban solos largos minutos y se asombraban por cosas como ‘¿siempre coge las cosas así?’, ‘¿no hace montones de bloques?’, ‘¿no pone los bloques en fila y los empuja como si fueran un tren?’ Y ND 'Pues no, no hace montones de bloques pero juega con el lego, es muy hábil encajando piezas en su lugar y le encanta arrastrar trenes y coches' ‘¡Ah! no, tienen que ser bloques de apilar’. Coño, pues si tan importantes son los bloques que te los den al salir del hospital o que te hagan una receta cuando le toque empezar con ellos.
No nos dieron bloques pero sí un volante para el otorrino y otro para el logopeda. En otro alarde de reducción de las listas de espera, el otorrino con volante preferente lo tiene en febrero y el logopeda ¡en abril! Además resulta que esas citas no se pueden cambiar. La del neurólogo después de esas visitas sí, pero éstas no. ¿Qué pasa si te rompes una pierna o tienes un viaje inaplazable o el niño está malísimo ese día? Pues no lo sabemos, sólo que esas citas no se cambian. ¿Será esta la manera de reducir las listas de espera? ‘No, es que ese día no puedo’ ‘Ah, pues haber elegido muerte’. Y tu cita se la dan a otro.
Teniendo en cuenta que hasta abril no íbamos a conseguir un diagnóstico por ese camino, pusimos en marcha la maquinaria suegril y gracias a sus contactos y un poquito también a la suerte conseguimos una cita con una neuróloga ‘por lo privao’, que dicen en mi tierra, ayer mismo. ¡Qué diferencia! Una tía amabílisima, sospechosamente joven (¿o será que yo me hago mayor?) y bastante consciente de nuestra preocupación nos dijo por fin lo que queríamos oír y lo que parecía lo más razonable conociendo a J. O sea, que va retrasado con lo de hablar, sí, pero que parece estar todo bien, su inteligencia es normal y no tiene ningún problema de desarrollo neurológico. Que vayamos al otorrino sí, no vaya a ser que no oiga bien del todo, y ya que tenemos una de esas citas inamovibles, y al parecer preciadísimas, al logopeda.
Yo me quedé mucho más tranquila y también mucho más cabreada con los otros dos elementos. ND, siempre mucho más realista y tranquilo, sólo consiguió aumentar su cabreo. Aunque supongo que también se relajó ante la perspectiva de no tenerme tres meses centrifugando sobre las posibles patologías terribles que acechaban a nuestro J.
Que conste que hasta ahora estaba contentísima con el sistema público de salud y que creo que se trata de un problema de las personas, insensibles e inexpertas en este caso, pero no del sistema. Aunque tal vez un poco de un sistema al borde de su capacidad que no tenga médicos suficientes para formar a los novatos también tenga la culpa…
En fin, espero que en abril J le cante la traviata al logopeda.
El lunes ND fue al neurólogo con J. Yo, como toda madre agobios que se precie, me pasé toda la noche debatiéndome entre ir con ellos y pasarme meses recuperando horas de trabajo perdidas o no ir y sentirme súper mala madre. Al final ND me dio el empujón hacia la oficina. Iba en el coche sintiéndome la peor madre del mundo y esperando la llamada tranquilizadora de ND. Nada más lejos. Resulta que el neurólogo eran dos, una especie de pin y pon becarios de neurólogo infantil que se dedicaron a hacer las preguntas más absurdas y crearnos la mayor de las inquietudes a mí y el mayor de los cabreos a ND. Según el relato de ND se preguntaban entre ellos ‘¿a ti qué te parece?’, se iban de la consulta y les dejaban solos largos minutos y se asombraban por cosas como ‘¿siempre coge las cosas así?’, ‘¿no hace montones de bloques?’, ‘¿no pone los bloques en fila y los empuja como si fueran un tren?’ Y ND 'Pues no, no hace montones de bloques pero juega con el lego, es muy hábil encajando piezas en su lugar y le encanta arrastrar trenes y coches' ‘¡Ah! no, tienen que ser bloques de apilar’. Coño, pues si tan importantes son los bloques que te los den al salir del hospital o que te hagan una receta cuando le toque empezar con ellos.
No nos dieron bloques pero sí un volante para el otorrino y otro para el logopeda. En otro alarde de reducción de las listas de espera, el otorrino con volante preferente lo tiene en febrero y el logopeda ¡en abril! Además resulta que esas citas no se pueden cambiar. La del neurólogo después de esas visitas sí, pero éstas no. ¿Qué pasa si te rompes una pierna o tienes un viaje inaplazable o el niño está malísimo ese día? Pues no lo sabemos, sólo que esas citas no se cambian. ¿Será esta la manera de reducir las listas de espera? ‘No, es que ese día no puedo’ ‘Ah, pues haber elegido muerte’. Y tu cita se la dan a otro.
Teniendo en cuenta que hasta abril no íbamos a conseguir un diagnóstico por ese camino, pusimos en marcha la maquinaria suegril y gracias a sus contactos y un poquito también a la suerte conseguimos una cita con una neuróloga ‘por lo privao’, que dicen en mi tierra, ayer mismo. ¡Qué diferencia! Una tía amabílisima, sospechosamente joven (¿o será que yo me hago mayor?) y bastante consciente de nuestra preocupación nos dijo por fin lo que queríamos oír y lo que parecía lo más razonable conociendo a J. O sea, que va retrasado con lo de hablar, sí, pero que parece estar todo bien, su inteligencia es normal y no tiene ningún problema de desarrollo neurológico. Que vayamos al otorrino sí, no vaya a ser que no oiga bien del todo, y ya que tenemos una de esas citas inamovibles, y al parecer preciadísimas, al logopeda.
Yo me quedé mucho más tranquila y también mucho más cabreada con los otros dos elementos. ND, siempre mucho más realista y tranquilo, sólo consiguió aumentar su cabreo. Aunque supongo que también se relajó ante la perspectiva de no tenerme tres meses centrifugando sobre las posibles patologías terribles que acechaban a nuestro J.
Que conste que hasta ahora estaba contentísima con el sistema público de salud y que creo que se trata de un problema de las personas, insensibles e inexpertas en este caso, pero no del sistema. Aunque tal vez un poco de un sistema al borde de su capacidad que no tenga médicos suficientes para formar a los novatos también tenga la culpa…
En fin, espero que en abril J le cante la traviata al logopeda.
Bah! seguro que a J no le pasa absolutamente nada, en nuestra infancia yo creo que ni el tato iba ni al neurólogo ni al logopeda y no nos ha pasado nada de nada. En dos días pasarás del este niño no habla al que rico estaba cuando no hablaba, me apuesto lo que quieras.
ResponderEliminarY es que ser padre es duro, mi D parece un guacamayo hablando pero no tiene dientes, le comenté a mi padre que le iba a hacer unas radiografías y aún se está descojonando, me recomendó entre risas a su mecánico dental :)
Vamos, que puedes estar tranquila porque en el fondo somos unos pardillos.