Comerciales
Lo siento, no me gustan nada los comerciales. No aguanto tener que ir a que un tío me suelte un rollo, muchas veces innecesario e increíble, sobre las bondades de lo que me quiere vender y que además intente congraciarse conmigo llamándome siempre por mi nombre de pila y haciéndose el educadísimo o, peor, haciéndose el súper colegui gracioso.
Entre los que yo me he encontrado hay fundamentalmente tres tipos.
Para empezar tenemos al súper requete pijo. El pijo suele llevar el pelo engominado, ropa con buena pinta aunque sin marcas visibles (a ver cómo se ve la marca de un traje) y un reloj enorme. Puede ser comercial jefecillo acompañando al comercial al que le toca vender. Entonces habla más bien poco. Pero cuando es a él al que le toca vender soltará un rollo plagado de anglicismos, siglas y gilipolleces de escuela de negocios. Él sabe que tú probablemente no las entiendas, es más, espera que no las entiendas y pretende epatarte con eso. A mí me parecen gilipolleces y según las oigo se me van quitando las pocas ganas que me quedaban de oír lo que venía a contarme. Ya os imaginaréis el efecto que su actitud provoca en mis intenciones para comprarle lo sea que quiere venderme.
Luego está el comercial comercial, que suele llevar camisas y corbatas chillonas, traje de color indefinido (¿es a eso a lo que llaman ‘greige’? pues es horroroso) y alguna joya masculina del tipo pulsera de cuero con algún detalle en acero o plata. Además es casi seguro que llevará perilla y tupé o algo similar. Vamos, que es pelín hortera para mis cánones. Éste no mete anglicismos ni rollos de máster en el discurso. Siglas casi seguro que sí. Y luego alegra el rollo con expresiones populares, cuando no tacos, traídas por los pelos y, muchas, mal dichas, como por ejemplo ‘buscarle cuatro pies al gato’. También utiliza palabras que no sabe lo qué significan pero que le parece que quedan bien. Con éste en lugar de desconectar y cabrearme me dedico a analizar esas chorradas y me lo paso mejor. Pero no dejo de preguntarme qué ha sido del buen gusto y de la discreción. Leche, si no sabes lo que significa algo mejor no intentes colarlo no vaya a ser que el de enfrente sepa más que tú.
Como además soy mujer en un mundo eminentemente masculino, tengo la ‘suerte’ de que cualquiera de estos dos puede revestirse de un papel paternalista y condescendiente (sobre todo si se ven mayores que yo) en plan ‘no te preocupes, pequeña, que yo tengo el culo pelao de ver estas cosas y voy a enseñarte lo que de verdad necesitas saber’. Y no, no están intentando ligar. Bueno, ahora que lo releo a lo mejor sí lo intentan pero mi cerebro prefiere hacer oídos sordos y concentrarse en otras cosas, porque ¿ligar con cualquiera de esos dos especímenes? ¿También hablarán en siglas en su vida diaria? ¿Usarán las chorradas del máster para planificar el fin de semana? Por Diosssss.
Por último están esos tíos que saben de lo que hablan, te cuentan con franqueza lo bueno y lo malo de su producto (supongo que por eso hay pocos, no duran), son educados sin rozar el servilismo y además se expresan con corrección y sin concesiones a las chorradas. De estos no podría deciros la ropa que visten o cómo se peinan. Simplemente no me fijo. Consiguen que me centre en lo esencial y, a veces, hasta les agradezco lo que he aprendido.
Entre los que yo me he encontrado hay fundamentalmente tres tipos.
Para empezar tenemos al súper requete pijo. El pijo suele llevar el pelo engominado, ropa con buena pinta aunque sin marcas visibles (a ver cómo se ve la marca de un traje) y un reloj enorme. Puede ser comercial jefecillo acompañando al comercial al que le toca vender. Entonces habla más bien poco. Pero cuando es a él al que le toca vender soltará un rollo plagado de anglicismos, siglas y gilipolleces de escuela de negocios. Él sabe que tú probablemente no las entiendas, es más, espera que no las entiendas y pretende epatarte con eso. A mí me parecen gilipolleces y según las oigo se me van quitando las pocas ganas que me quedaban de oír lo que venía a contarme. Ya os imaginaréis el efecto que su actitud provoca en mis intenciones para comprarle lo sea que quiere venderme.
Luego está el comercial comercial, que suele llevar camisas y corbatas chillonas, traje de color indefinido (¿es a eso a lo que llaman ‘greige’? pues es horroroso) y alguna joya masculina del tipo pulsera de cuero con algún detalle en acero o plata. Además es casi seguro que llevará perilla y tupé o algo similar. Vamos, que es pelín hortera para mis cánones. Éste no mete anglicismos ni rollos de máster en el discurso. Siglas casi seguro que sí. Y luego alegra el rollo con expresiones populares, cuando no tacos, traídas por los pelos y, muchas, mal dichas, como por ejemplo ‘buscarle cuatro pies al gato’. También utiliza palabras que no sabe lo qué significan pero que le parece que quedan bien. Con éste en lugar de desconectar y cabrearme me dedico a analizar esas chorradas y me lo paso mejor. Pero no dejo de preguntarme qué ha sido del buen gusto y de la discreción. Leche, si no sabes lo que significa algo mejor no intentes colarlo no vaya a ser que el de enfrente sepa más que tú.
Como además soy mujer en un mundo eminentemente masculino, tengo la ‘suerte’ de que cualquiera de estos dos puede revestirse de un papel paternalista y condescendiente (sobre todo si se ven mayores que yo) en plan ‘no te preocupes, pequeña, que yo tengo el culo pelao de ver estas cosas y voy a enseñarte lo que de verdad necesitas saber’. Y no, no están intentando ligar. Bueno, ahora que lo releo a lo mejor sí lo intentan pero mi cerebro prefiere hacer oídos sordos y concentrarse en otras cosas, porque ¿ligar con cualquiera de esos dos especímenes? ¿También hablarán en siglas en su vida diaria? ¿Usarán las chorradas del máster para planificar el fin de semana? Por Diosssss.
Por último están esos tíos que saben de lo que hablan, te cuentan con franqueza lo bueno y lo malo de su producto (supongo que por eso hay pocos, no duran), son educados sin rozar el servilismo y además se expresan con corrección y sin concesiones a las chorradas. De estos no podría deciros la ropa que visten o cómo se peinan. Simplemente no me fijo. Consiguen que me centre en lo esencial y, a veces, hasta les agradezco lo que he aprendido.
Pues hace unos años me tocó cambiar de suministrador de telefonía para mi empresa patera y no sabes como se las gastaban LAS comerciales. Tías hiperbunísimas, de generoso busto e interminables escotes que dabn la vuelta hasta la nuca (por lo menos)
ResponderEliminarAdmito que era imposible concentrarse.
Por lo demás muy de acuerdo.
Esto es una mierda, ¿para cuando un comercial chulazo? Asco de mundo machista
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