Estimada señora Aguirre
En primer lugar le diré que soy una de sus votantes. No le digo esto porque piense que le vaya a importar lo más mínimo, mucho me temo que no será así, sino para que no pueda objetar a las siguientes líneas que soy uno de esos sindicalistas boicoteadores de los actos de su sufrido consejero Güemes. Es curioso, porque hasta ahora el susodicho despertaba en mí cierta lástima cuando le veía peregrinar de acto en acto perseguido por los 'pancartistas' profesionales.
Supongo que debería haberme hecho sospechar la curiosa manera que tuvo de cumplir su promesa electoral de acortar las listas de espera quirúrgica por la vía del cambio en la manera de hacer el cómputo, en lugar de aplicarse en una reducción efectiva de la misma. Tal vez sea yo una excéntrica, pero si me dijeran que me tienen que operar empezaría a contar los días desde ese mismo momento. A lo mejor el común de los madrileños empieza la cuenta el día que le hacen las pruebas preoperatorias. Discúlpeme la rareza en ese caso y felicítese por su logro.
A pesar de todo pasé por alto semejante indicio y seguí haciendo uso confiadamente del Servicio Madrileño de Salud e incluso asombrándome porque hubiera gente empeñada en decir que su intención oculta no era otra que privatizarlo. Hasta ahora no he tenido que pagar ninguna de las prestaciones recibidas en el susodicho servicio y se nos atendía, a mí y a mi familia, con aceptable dedicación y profesionalidad.
Así, llegó un día en que tuve que llevar a mi hijo a una consulta de neurología infantil en el Hospital del Niño Jesús. Acudimos a la cita presos de cierta inquietud pero confiados en que algún profesional nos sacaría de dudas y tranquilizaría nuestra angustia. Nada más lejos. Allí, dos personas a todas luces inexpertas tanto en lo médico como en lo humano no sólo no nos aclararon nada sino, lo que es peor, nos generaron más desazón de la que llevábamos y solicitaron varias consultas y pruebas adicionales antes de diagnosticar nada. Con suerte, tendremos los resultados y la próxima cita neurológica cuatro meses después de la primera. Compréndame, sé que es muy probable que sean necesarias esas otras pruebas para poder hacer un dictamen acertado. No me quejo porque no tengan los datos para formarse una opinión, sino que lo que me molesta es que la actitud de los médicos ante unos padres preocupados fue la de mostrar gran inseguridad en sus propios conocimientos y en el diagnóstico que tenían que hacer, y tratar al paciente y a su familia con total indiferencia hacia sus sentimientos y preocupaciones. Tuvimos que recurrir a un neurólogo de un seguro privado para poder recibir el trato esperado y un diagnóstico profesional. Por suerte, nosotros podemos permitírnoslo.
El último de los acontecimientos motivo de este escrito terminó la pasada semana. Al principio del mes de febrero supimos que el niño debía someterse a una intervención quirúrgica. A los pocos días de saberlo pero desconociendo la fecha de la misma, mi hijo de dos años recibió una carta del señor Güemes preocupándose por su pronta recuperación e informándole de que tenía a su disposición una herramienta para seguir, a través de internet, la evolución de su puesto en la lista de espera. Dado que el paciente no entra a formar parte de la lista de espera hasta que no se le realizan las pruebas preoperatorias y que, en el caso de la operación en cuestión, dichas pruebas tienen lugar el mismo día de la intervención ¿de qué sirve la carta? Comprenda que saber si el Consejero de Sanidad espera o no la pronta recuperación de mi hijo, francamente, me importa poco (y no le digo ya al paciente de dos años) así que la carta me parece inútil.
El miércoles pasado fue la operación. En lo estrictamente médico fue un éxito, no me puedo quejar por ahora. El problema está en los protocolos y preparativos administrativos. Según nos informaron por teléfono, el niño debía estar a las nueve de la mañana en el hospital para el preoperatorio y la operación sería por la tarde. Nadie nos informó de a qué hora es ‘por la tarde’ ni de que podríamos irnos a casa entre el preoperatorio y el ingreso a la una y media. Nadie tuvo la delicadeza de informarnos con antelación para poder organizar nuestra vida de manera que perturbase lo menos posible nuestros quehaceres. Tal vez le sorprenda, pero trabajamos y a nuestros jefes les gusta ver que no nos pagan en vano.
Efectivamente el ingreso tuvo lugar hacia las dos de la tarde. Sin embargo desde entonces y hasta casi las cuatro, que fue cuando finalmente lo llevaron al quirófano, lo único que hicieron fue pesar y tomar la temperatura al niño. ¿Hacen falta para eso casi dos horas y media? Antes de las cinco estaba de vuelta en la habitación y a las seis ya había cumplido todos los requisitos exigidos para darle el alta médica. Sin embargo, hasta pasadas las nueve de la noche no pudimos salir de allí. ¿Por qué? Pues porque la anestesista estaba operando y unos protocolos absurdos indican que esa anestesista tenía que verlo para darle el alta. Esto fue lo que hizo cuando al fin terminó de operar y vino a ver al niño: ‘Bueno, ¿y J cómo está? Ya veo que muy bien'(sin haberlo tocado) '¿ha hecho pis?' (disculpe la crudeza) '¿ha bebido agua?' '¿ha comido? Muy bien se pueden ir’ ¿De verdad no había ningún otro profesional capacitado para pasarse entre las seis y las nueve de la noche a comprobar que se le podía dar el alta?
Siendo esto incómodo y desesperante, lo peor de lo que vimos no fue eso, no. El niño al que operaron justo después que J, al que se veía peor, tampoco recibió la visita de ningún médico hasta entonces. Sus padres estaban preocupados, al niño se le veía mal pero las dos personas que había atendiéndonos no hicieron nada más que decir que había que esperar a la anestesista. ¿No había nadie tampoco capaz de ver a ese niño y tranquilizar a sus padres en la medida de lo posible? Así hubieran podido instalarse antes en una habitación un poco más cómoda que ese box de intervenciones ambulatorias.
A pesar de todo lo relatado arriba sigo pensando que su intención no es privatizar nada (¿querría alguien comprar algo que funciona así?). Lo que pasa es que ya no compadezco al Señor Consejero y hasta me parecen bien las protestas a su alrededor, aunque por motivos equivocados.
Permítame señora Aguirre, para terminar, hacerle unas humildes recomendaciones: menos cartas absurdas e inútiles, menos gasto en herramientas que no servirán de nada si parte del tiempo de espera se permanece en la completa ignorancia sobre la fecha de la intervención y, sobre todo, menos disponer del precioso tiempo de los usuarios sin ninguna consideración. Y más inversión en dotar a los centros de personal capaz de tutelar a los médicos que se están formando, en replantearse protocolos francamente mejorables y en comunicar mejor y con la antelación suficiente a los pacientes cómo tendrán lugar las intervenciones que se les van a practicar.
Sin otro particular, me despido atentamente.
Supongo que debería haberme hecho sospechar la curiosa manera que tuvo de cumplir su promesa electoral de acortar las listas de espera quirúrgica por la vía del cambio en la manera de hacer el cómputo, en lugar de aplicarse en una reducción efectiva de la misma. Tal vez sea yo una excéntrica, pero si me dijeran que me tienen que operar empezaría a contar los días desde ese mismo momento. A lo mejor el común de los madrileños empieza la cuenta el día que le hacen las pruebas preoperatorias. Discúlpeme la rareza en ese caso y felicítese por su logro.
A pesar de todo pasé por alto semejante indicio y seguí haciendo uso confiadamente del Servicio Madrileño de Salud e incluso asombrándome porque hubiera gente empeñada en decir que su intención oculta no era otra que privatizarlo. Hasta ahora no he tenido que pagar ninguna de las prestaciones recibidas en el susodicho servicio y se nos atendía, a mí y a mi familia, con aceptable dedicación y profesionalidad.
Así, llegó un día en que tuve que llevar a mi hijo a una consulta de neurología infantil en el Hospital del Niño Jesús. Acudimos a la cita presos de cierta inquietud pero confiados en que algún profesional nos sacaría de dudas y tranquilizaría nuestra angustia. Nada más lejos. Allí, dos personas a todas luces inexpertas tanto en lo médico como en lo humano no sólo no nos aclararon nada sino, lo que es peor, nos generaron más desazón de la que llevábamos y solicitaron varias consultas y pruebas adicionales antes de diagnosticar nada. Con suerte, tendremos los resultados y la próxima cita neurológica cuatro meses después de la primera. Compréndame, sé que es muy probable que sean necesarias esas otras pruebas para poder hacer un dictamen acertado. No me quejo porque no tengan los datos para formarse una opinión, sino que lo que me molesta es que la actitud de los médicos ante unos padres preocupados fue la de mostrar gran inseguridad en sus propios conocimientos y en el diagnóstico que tenían que hacer, y tratar al paciente y a su familia con total indiferencia hacia sus sentimientos y preocupaciones. Tuvimos que recurrir a un neurólogo de un seguro privado para poder recibir el trato esperado y un diagnóstico profesional. Por suerte, nosotros podemos permitírnoslo.
El último de los acontecimientos motivo de este escrito terminó la pasada semana. Al principio del mes de febrero supimos que el niño debía someterse a una intervención quirúrgica. A los pocos días de saberlo pero desconociendo la fecha de la misma, mi hijo de dos años recibió una carta del señor Güemes preocupándose por su pronta recuperación e informándole de que tenía a su disposición una herramienta para seguir, a través de internet, la evolución de su puesto en la lista de espera. Dado que el paciente no entra a formar parte de la lista de espera hasta que no se le realizan las pruebas preoperatorias y que, en el caso de la operación en cuestión, dichas pruebas tienen lugar el mismo día de la intervención ¿de qué sirve la carta? Comprenda que saber si el Consejero de Sanidad espera o no la pronta recuperación de mi hijo, francamente, me importa poco (y no le digo ya al paciente de dos años) así que la carta me parece inútil.
El miércoles pasado fue la operación. En lo estrictamente médico fue un éxito, no me puedo quejar por ahora. El problema está en los protocolos y preparativos administrativos. Según nos informaron por teléfono, el niño debía estar a las nueve de la mañana en el hospital para el preoperatorio y la operación sería por la tarde. Nadie nos informó de a qué hora es ‘por la tarde’ ni de que podríamos irnos a casa entre el preoperatorio y el ingreso a la una y media. Nadie tuvo la delicadeza de informarnos con antelación para poder organizar nuestra vida de manera que perturbase lo menos posible nuestros quehaceres. Tal vez le sorprenda, pero trabajamos y a nuestros jefes les gusta ver que no nos pagan en vano.
Efectivamente el ingreso tuvo lugar hacia las dos de la tarde. Sin embargo desde entonces y hasta casi las cuatro, que fue cuando finalmente lo llevaron al quirófano, lo único que hicieron fue pesar y tomar la temperatura al niño. ¿Hacen falta para eso casi dos horas y media? Antes de las cinco estaba de vuelta en la habitación y a las seis ya había cumplido todos los requisitos exigidos para darle el alta médica. Sin embargo, hasta pasadas las nueve de la noche no pudimos salir de allí. ¿Por qué? Pues porque la anestesista estaba operando y unos protocolos absurdos indican que esa anestesista tenía que verlo para darle el alta. Esto fue lo que hizo cuando al fin terminó de operar y vino a ver al niño: ‘Bueno, ¿y J cómo está? Ya veo que muy bien'(sin haberlo tocado) '¿ha hecho pis?' (disculpe la crudeza) '¿ha bebido agua?' '¿ha comido? Muy bien se pueden ir’ ¿De verdad no había ningún otro profesional capacitado para pasarse entre las seis y las nueve de la noche a comprobar que se le podía dar el alta?
Siendo esto incómodo y desesperante, lo peor de lo que vimos no fue eso, no. El niño al que operaron justo después que J, al que se veía peor, tampoco recibió la visita de ningún médico hasta entonces. Sus padres estaban preocupados, al niño se le veía mal pero las dos personas que había atendiéndonos no hicieron nada más que decir que había que esperar a la anestesista. ¿No había nadie tampoco capaz de ver a ese niño y tranquilizar a sus padres en la medida de lo posible? Así hubieran podido instalarse antes en una habitación un poco más cómoda que ese box de intervenciones ambulatorias.
A pesar de todo lo relatado arriba sigo pensando que su intención no es privatizar nada (¿querría alguien comprar algo que funciona así?). Lo que pasa es que ya no compadezco al Señor Consejero y hasta me parecen bien las protestas a su alrededor, aunque por motivos equivocados.
Permítame señora Aguirre, para terminar, hacerle unas humildes recomendaciones: menos cartas absurdas e inútiles, menos gasto en herramientas que no servirán de nada si parte del tiempo de espera se permanece en la completa ignorancia sobre la fecha de la intervención y, sobre todo, menos disponer del precioso tiempo de los usuarios sin ninguna consideración. Y más inversión en dotar a los centros de personal capaz de tutelar a los médicos que se están formando, en replantearse protocolos francamente mejorables y en comunicar mejor y con la antelación suficiente a los pacientes cómo tendrán lugar las intervenciones que se les van a practicar.
Sin otro particular, me despido atentamente.
Es que ese es el método, hacer que los servicios básicos sean tan lamentables que consideres imprescindible ir a lo privado. Sin ir más lejos yo no la voto y tengo un seguro privado en contra de todas mis creencias, me lo puedo permitir, por supuesto.
ResponderEliminarNo te equivoces, sé cómo está la sanidad pública en autonomías gobernadas por creyentes en lo público aunque nos cueste el país y está igual de mal. No es esa la cuestión.
ResponderEliminarLo de la supuesta privatización es un bulo que alguien con muy buen publicista ha extendido igual que se extendió el miedo (que luego se comprobó infundado) de que si ganaba el pp alguna vez las elecciones generales se acababan las pensiones.
¿Quién cree en este país en lo público? Nadie, pero es otro tema.
ResponderEliminarTe puedo asegurar que en Andalucía lo público y la asistencia social funciona mejor que en Madrid, mil veces. ¿Quién lo paga?, pues todos, pero al que le beneficia le importa un huevo (perdón por usar este lenguaje en tu blog).
Y yo no sé de bulos, menos tonteridas de esas de las pensiones, pero algún día tomando un café te hablo de la Fundación Hospital Alcorcón y sus operaciones alternativas en clínicas subcontratadas.
Creo que no nos pondremos de acuerdo. Lo de Andalucía no tiene mérito, se lo pagamos los demás.
ResponderEliminarSobre las operaciones alternativas en clínicas subcontratadas es el pan nuestro de cada día desde antes de que se transfieran las competencias sanitarias a las autonomías. Yo también te lo cuento cuando quieras. Mi riñón lo vivió en propias carnes hace muchos años en otra autonomía y cuando todos pagábamos un sistema único, no diecisiete.
Sí que tiene mérito, tienen mejor sistema y se lo pagamos los demás, en castizo se llama dame pan y dime tonto.
ResponderEliminary no, no nos pondremos de acuerdo, pero de eso se trata, eso sí, me alegra saber que tu riñón está bien :)
A mí me da la sensación de que esto de la sanidad pública es como la lotería: cuestión de suerte. Y a mí eso me genera tal sensación de inseguridad que prefiero ahorrármelo, la verdad.
ResponderEliminarLlevo 10 años cotizando en la seguridad social y jamás he utilizado la sanidad pública... es que ni siquiera he tenido nunca tarjeta sanitaria. Al igual que vosotros, afortunadamente me puedo permitir tener un seguro privado. También eso va en contra de mis principios, pero qué le vamos a hacer...
Y a todo esto... ¿"J" cómo está?
Yo estoy de acuerdo en que hay que tener una sanidad decente y una educación decente y que no se les da suficiente dinero y que el dinero viene de los impuestos. La cosa es que no es rentable electoralmete. El gobierno gasta dinero en cosas como cambiar los bordillos de las aceras, subvenciones agrarias, subvenciones para la gente que ya no tiene paro... cuando el Estado te estruja no suelta, sigue apretando. Nos van a subir el IVA, van a quitar la deducción por vivienda...
ResponderEliminarA mí me quema el que de dinero como si no fuera de nadie y tengamos un déficit del 12% que tendrán que pagar generaciones futuras para nada.
Educación, sanidad e infraestructuras de calidad, sí. Todo lo demás, no.
J está estupendo, ya lo decía de soslayo.
ResponderEliminarMi experiencia con los seguros privados es que funcionan igual de mal (en algunas cosas peor) que la sanidad pública. Supongo que otra cosa será pagarse la ruber internacional o así, que no suele entrar en lo seguros normalitos.
Nunca uso la Sanidad Publica. La privada es igual de mala pero mucho más comoda y agradable.
ResponderEliminarND, la deducción por vivienda no es una subvención???? yo creo que sí.
ResponderEliminarY las subvenciones agrarias creo que son necesarias símplemente para que este país no termine siendo un desierto mayor de lo que ya es, porque tampoco dan para hacerse rico pero por lo menos los campos se cultivan (No considero al PER una subvención agraria). Por lo demás de acuerdo, tampoco me gusta regalar el dinero que tanto me cuesta ganar.
Efectivamente, es una subvención, pero de alguna manera es una subvención 'universal' dado que hay un gran sector de la población que está hipotecado por lo que eliminarla lo que genera es una subida de la presión fiscal que, en mi caso, sería cercana al 25% más de impuestos al año.
ResponderEliminarEn mi caso sería cercana a la muerte por inanición :)
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