Juan Belmonte, matador de toros
Por fin me he leído Juan Belmonte, matador de toros de Manuel Chaves Nogales. Hubo un tiempo en que por alguna razón quise comprarme el libro y no lo encontraba en ninguna parte. Recuerdo que lo compré en la feria del libro en el puesto de Alianza Editorial. Es de los pocos libros que he comprado en la feria del libro, feria que no me gusta nada y me hace ponerme violento y nervioso. Cosas mías y de mi misantropía que ahora no vienen al caso. Después de recorrerme varias librerías sin encontrarlo porque estaba agotado, conseguí hacerme con él allí. Y parece que eso fue todo porque una vez que lo tuve no me animé a leerlo. De esto habrán pasado tres o cuatro años. Calculando así, a vuela pluma.
Ese sentimiento de querer tener un libro a toda costa debe ser algo parecido a una adicción. Es ser un poco yonqui de los libros. A mí me pasa, lo reconozco. Últimamente me ha pasado con el del exterminio de los judíos europeos, que, al igual que este que os comento, una vez conseguido sigue esperando en una balda a que le dé una oportunidad.
El caso es que al final me lo llevé a mi retiro paradisíaco (¡¡qué lejos ya!!) y eso de que cada libro tiene un momento en este caso es cierto. Me ha encantado.
Tengo que decir que a mí los toros me gustan. No voy a justificarme y no encuentro causas para defenderlos. Entiendo que terminarán desapareciendo y entiendo a quienes les parece una tortura cruel e innecesaria a animales que sienten y que sufren. Pero a mí me gustan. Cuando hay una faena de esas buenas, puedes notar cómo se detiene el tiempo. Unas buenas verónicas, unos buenos pases, una buena faena de muleta, una sincronización del torero con los movimientos del toro. Hay algo bello, emocionante, grandioso en ello, al menos para mí. Cierto es que eso pasa muy pocas veces.
Chaves Nogales escribió este libro sin ser aficionado a los toros, ni con intenciones hagiográficas de perpetuar el mito de Belmonte y creo que es uno de los grandes aciertos del libro. Aunque eso no quiera decir que no te meta dentro del mundo del toro, que no hable con propiedad ni que no tenga simpatías por la figura que retrata. Chaves Nogales hace un gran trabajo y se nota que fue un gran escritor. Yo le pongo la pega, que ya comenté respecto al libro de la guerra civil, de que es un estilo que se ha quedado un tanto anticuado.
Dentro de las figuras del toreo pocas hay tan atracivas como Juan Belmonte. Belmonte fue autodidacta en el toreo y en la vida. Se iba junto a otros amigos a torear en las noches de luna llena a las dehesas para practicar, tenían que ir desnudos porque cruzaban a nado el Guadalquivir y, después de separar un toro o una vaca y terminar con el cuerpo ensangrentado por los raspones con los cardos y hierbas, toreaban con una chaquetilla. Tenían que zafarse de los guardas y de los guardias civiles. Según él de ahí viene esa manera suya de torear que cambió el mundo del toreo y que es la que aún hoy se entiende como torear "de verdad". Quieto, llevando al toro tapado con la muleta y guiándolo muy cerca del torero exponiéndose a una cornada. De hecho, en sus tiempos se pensaba que moriría en la plaza, que esa forma de torear era temeraria y que Belmonte buscaba la muerte. Rafael Guerra, un famoso torero anterior a Belmonte, decía: "Darse prisa a verlo torear, porque el que no lo vea pronto no lo ve".
Este libro me ha hecho admirar más la figura de Belmonte y profundizar en su vida. Es uno de esos españoles con un sentido del deber, un orgullo, un carisma y una determinación que te hacen desear que ojalá hubiera habido muchos más de ellos. Desde este punto de vista, el toreo saca del torero mucho más de lo que sacaría otra profesión. El estar enfrentado a la muerte día a día forja el carácter de una manera que no veríamos sin ese jugueteo con el riesgo y la muerte. Algo así me pasó también al leer las memorias de Alonso de Contreras, vida de este capitán. Son un tipo de español que ya no existe ni volverá a existir. Tal vez sea mejor así, pero eso no quita para que yo admire a ese tipo de personas, esa heroicidad.
Belmonte fue poco a la escuela y trabajó con su padre en un puesto de quincalla que tenía, pero pronto lo dejó y se hizo amigo de compañías poco recomendables. Tenía una existencia bastante miserable y calavera y veía que así no iba a ningún sitio, pero siguió por ahí y poco a poco se fue haciendo un nombre como novillero hasta que se hizo torero y fue ganando dinero y fama.
Sufrió muchas cornadas en una época en la que los antibióticos aún no estaban inventados. Sufrió varias cornadas en la cara que se la dejaron bastante perjudicada, teniendo en cuenta que el tampoco era guapo. Muy pronto se estableció una rivalidad entre gallistas y belmontistas. Joselito "el Gallo" era el torero más famoso entonces. Había tenido una vida mucho más fácil que Belmonte y su hermano mayor, Rafael "el Gallo" era tambien torero de fama. Ellos se llevaban bastante bien y se tenían en gran estima. De Joselito se decía que nunca le cogería un toro, justo lo contrario que de Belmonte, y por esos azares del destino, Joselito murió por una cogida en Talavera y Belmonte se retiró de los toros vivito y coleando y tuvo varias vueltas a los ruedos tras sus retiradas.
Belmonte viajaba siempre con una espuerta con los trastos de torear y otra llena de libros. Cuenta en un apéndice del libro Josefina Carabias que le contó Rafael el Gallo que "lo primero que hizo Belmonte cuando empezó a ganar dinero fue instalar en su casa un biblioteca y poner un cuarto de baño. Nunca se ocupó de tener buena ropa ni alfiler de corbata. Pero un torero más bañado y más leído no lo hubo ni lo habrá". Se cuenta incluso que en alguna ocasión en la que estaba muy enfrascado en la lectura de un libro le dijo a su mozo que dijera que estaba indispuesto y que se suspendiera la corrida.
Esto lo hace una persona muy atractiva a mis ojos de lector impenitente, me siento cercano a él. También compartió amistad con muchos intelectuales de la época como Julio Camba, Pérez de Ayala o Valle-Inclán. Fue este último el que le comentó, en una de las anécdotas más conocidas de Belmonte, que "¡Juanito, no te falta más que morir en la plaza!" a lo que Belmonte contestó: "Se hará lo que se pueda, don Ramón".
Se casó con una peruana a la que le hicieron la vida imposible en Sevilla donde Belmonte era casi un dios. De hecho, en una de las salidas a hombros en una tarde triunfal intentaron sacar las andas del "Cachorro" para llevarlo en ellas por Triana. Finalmente se trasladó a Madrid buscando más tranquilidad, aunque allí también era acosado. Ahora se nos hace difícil pensar en alguien con tantísima fama. De hecho, hasta fue portada de la revista Time.
Finalmente se retiró y se compró un cortijo, y fue criador de reses bravas. Su mujer enfermó y la trasladó a Suiza. en España ya estaba la República y, como terrateniente, tuvo problemas, aunque los intentó solucionar de la mejor manera posible. Recompraba las aceitunas que le robaban los antiguos jornaleros al precio que le pedían que, curiosamente, era más bajo que el que él les pagaba en condiciones normales, y evitaba que lo malvendieran a los que se atrevían a comprar aceitunas robadas.
Rafael "el Gallo" le llamaba "este" y decía que era como un hermano chico; a lo que Belmonte decía "querrás decir un hemano grande" porque él se había hecho cargo de el Gallo y sus finanzas procurando que viviera con dignidad a pesar de que el Gallo casi se había arruinado.
Ya mayor, con casi setenta años, se suicidó en su cortijo después de haber pasado el día con el ganado y recorriendo su dehesa. Al final no fue un toro, sino él mismo, cuando quiso, el que se lo llevó por delante.
Un libro buenísimo. Me llamó la atención que el libro está escrito como una autobiografía, contado en primera persona, menos las primeras quince páginas y cambia a primera persona así sin más ni más, es chocante.
Además, como, gracias al kindle y a molinos, que me lleva por el camino de la perdición, voy doblando esquinitas de las páginas, me he dado cuenta de que este es un libro con un montón de esquinitas dobladas. todas no puedo ponerlas aquí, pero os voy a poner como siempre algunos párrafos:
"Años después, estando en Norteamérica, fui interviuvado por un periodista yanqui, que mientras hablábamos no hacía más que mirarme de arriba abajo y remirarme con una insistencia y una estupefacción francamente molestas. Me observaba atentamente y luego preguntaba en inglés al amigo que nos servía de intérprete: «¿Y este es el rey de los toreros?». volvía a mirarme de una manera impertinente, me confrontaba con un retrato mío que llevaba e insistía: «¿Está usted seguro de que es este el rey de los toreros?». Me di cuenta de su estado de ánimo y me puse de mal humor. Me levanté dando por terminada la entrevista, y pedí al amigo que traducía la conversación: «Dígale a usted a ese tío que sí, que soy el rey de los toreros... ¡Qué no me mire más! Dígale también que los toreros no tienen que matar los toros a puñetazos, y, por si es capaz de comprenderlo, dígale, además, que el toreo es un ejercicio espiritual, un verdadero arte. Y que se vaya»."
"Nueva York no me gustó. Demasiado grande y demasiado distinto. Ni aquellas simas profundas eran calles, ni aquellas hormiguitas apresuradas eran hombres, ni aquel hacinamiento de hierros y cemento, puentes y rascacielos era una ciudad. Va un hombre por una calle de Sevilla pisando fuerte para que llegue hasta el fondo de los patios el eco de sus pasos sonoros, mirando sin tener que levantar la cabeza a los balcones, desde donde sabe que le miran a él, llenando la calle toda con su voz grave y bien entonada cuando saluda a un amigo con quien se cruza: «¡Adios, Rafaé...!», y da gloria verlo y es un orgullo ser un hombre y pasear por una calle como aquella y vivir en una ciudad así."
"Cuando me arrimé a una vaquilla con la muleta en la mano le oí gritar a mi espalda:
-¡Por ahí no, muchacho, que te va a coger!
No volví la cabeza ni rectifiqué una línea, y cité de nuevo a la vaquilla.
-¡Que te va a coger! - repitió Joselito.
Dio el animal una arrancada y, efectivmente, salí volteado. Me levanté renqueando; recogí del suelo la muletilla y, por el mismo sitio y en la misma forma, volví a la carga.
-¡Ju, vaca!
Ocurrió que, tal y como yo quería, pasó la res sin tocarme, obligada por los vuelos del engaño, y, en aquel mismo terreno le di cinco o seis pases que emocionaron a los espectadores. Solo entonces alcé los ojos hacia donde estaba Joselito y le dije:
-¡Que me iba a coger, ya lo sabía yo! ¡La gracia estaba en torearla ahí!
No supo perdonármelo, y me volvió altivamente la espalda."
"Esa cornada que yo he deseado siempre con ferviente anhelo ha sido la que me ha librado de muchas auténticas cornadas. Mi más firme convicción, mi superstición si se quiere, es esta: no vale escurrir el bulto. Hay que ofrecer gallardamente al Destino el sitio por el que pueda herirnos."
"El día que se torea crece más la barba. Es el miedo. Sencillamente, el miedo. Durante las horas anteriores a la corrida se pasa tanto miedo, que todo el organismo está conmovido por una vibración intensísima, capaz de activar las funciones fisiológicas, hasta el punto de provocar esta anomalía que no sé si los médicos aceptarán, pero que todos los toreros han podido comprobar de manera terminante: los días de toros la barba crece más aprisa."
"Y esa emoción que le hace a uno acercarse al toro con un nudo en la garganta, tiene, a mi juicio, un origen y una condición tan inaprehensible como los del amor. Es más: he llegado a establecer una serie de identidades tan absolutas entre el amor y el arte, que si yo fuese un ensayista en vez de ser un torero, me atrevería a esbozar una teoría sexual del arte; por lo menos, del arte de torear. Se torea y se entusiasmaa los públicos del mismo modo que se ama y se enamora, por virtud de una secreta fuente de energía espiritual que, a mi entender tiene allá, en lo hondo del ser, el mismo origen. Cuando este oculto venero está seco, es inútil esforzarse. La voluntad no puede nada. No se enamora uno a voluntad ni a voluntad torea.
En Lima yo me encontré en uno de los momentos de más exuberancia de mi vida. Toreé nueve corridas, alternando en casi todas ellas con Fortuna, Chiquito de Begoña y Alcalareño. Fueron otros tantos triunfos. Un revistero de Lima escribió que yo salía a torear como si fuese a conquistar a una mujer. Y, efectivamente, conquisté una: la mía."
"Este pintoresco concepto del dinero del torero está tan arraigado que hasta el mismísimo Estado lo comparte. Hace poco quise impugnar unas tarifas de contribuciones que me habían impuesto arbitrariamente. Me quedé estupefacto cuando oí al recaudador que me decía como todo el mundo:
-«Pero, hombre, a usted ¿qué más le da? ¡Si con torear un par de corridas más tiene todos los problemas resueltos!»
Y por esto sí que no paso. Me niego a que el Estado y el Municipio y la Diputación tengan ese concepto liberal de mi dinero. Pase que haya que torear para ayudar a unos infelices que, en fin de cuentas, forman el pedestal del torero. ¡Pero me niego a dar una sola verónica en beneficio del Estado!"
Y ahora que lo sabéis, ¡a ver si lo leéis!
Ese sentimiento de querer tener un libro a toda costa debe ser algo parecido a una adicción. Es ser un poco yonqui de los libros. A mí me pasa, lo reconozco. Últimamente me ha pasado con el del exterminio de los judíos europeos, que, al igual que este que os comento, una vez conseguido sigue esperando en una balda a que le dé una oportunidad.
El caso es que al final me lo llevé a mi retiro paradisíaco (¡¡qué lejos ya!!) y eso de que cada libro tiene un momento en este caso es cierto. Me ha encantado.
Tengo que decir que a mí los toros me gustan. No voy a justificarme y no encuentro causas para defenderlos. Entiendo que terminarán desapareciendo y entiendo a quienes les parece una tortura cruel e innecesaria a animales que sienten y que sufren. Pero a mí me gustan. Cuando hay una faena de esas buenas, puedes notar cómo se detiene el tiempo. Unas buenas verónicas, unos buenos pases, una buena faena de muleta, una sincronización del torero con los movimientos del toro. Hay algo bello, emocionante, grandioso en ello, al menos para mí. Cierto es que eso pasa muy pocas veces.
Chaves Nogales escribió este libro sin ser aficionado a los toros, ni con intenciones hagiográficas de perpetuar el mito de Belmonte y creo que es uno de los grandes aciertos del libro. Aunque eso no quiera decir que no te meta dentro del mundo del toro, que no hable con propiedad ni que no tenga simpatías por la figura que retrata. Chaves Nogales hace un gran trabajo y se nota que fue un gran escritor. Yo le pongo la pega, que ya comenté respecto al libro de la guerra civil, de que es un estilo que se ha quedado un tanto anticuado.
Dentro de las figuras del toreo pocas hay tan atracivas como Juan Belmonte. Belmonte fue autodidacta en el toreo y en la vida. Se iba junto a otros amigos a torear en las noches de luna llena a las dehesas para practicar, tenían que ir desnudos porque cruzaban a nado el Guadalquivir y, después de separar un toro o una vaca y terminar con el cuerpo ensangrentado por los raspones con los cardos y hierbas, toreaban con una chaquetilla. Tenían que zafarse de los guardas y de los guardias civiles. Según él de ahí viene esa manera suya de torear que cambió el mundo del toreo y que es la que aún hoy se entiende como torear "de verdad". Quieto, llevando al toro tapado con la muleta y guiándolo muy cerca del torero exponiéndose a una cornada. De hecho, en sus tiempos se pensaba que moriría en la plaza, que esa forma de torear era temeraria y que Belmonte buscaba la muerte. Rafael Guerra, un famoso torero anterior a Belmonte, decía: "Darse prisa a verlo torear, porque el que no lo vea pronto no lo ve".
Este libro me ha hecho admirar más la figura de Belmonte y profundizar en su vida. Es uno de esos españoles con un sentido del deber, un orgullo, un carisma y una determinación que te hacen desear que ojalá hubiera habido muchos más de ellos. Desde este punto de vista, el toreo saca del torero mucho más de lo que sacaría otra profesión. El estar enfrentado a la muerte día a día forja el carácter de una manera que no veríamos sin ese jugueteo con el riesgo y la muerte. Algo así me pasó también al leer las memorias de Alonso de Contreras, vida de este capitán. Son un tipo de español que ya no existe ni volverá a existir. Tal vez sea mejor así, pero eso no quita para que yo admire a ese tipo de personas, esa heroicidad.
Belmonte fue poco a la escuela y trabajó con su padre en un puesto de quincalla que tenía, pero pronto lo dejó y se hizo amigo de compañías poco recomendables. Tenía una existencia bastante miserable y calavera y veía que así no iba a ningún sitio, pero siguió por ahí y poco a poco se fue haciendo un nombre como novillero hasta que se hizo torero y fue ganando dinero y fama.
Sufrió muchas cornadas en una época en la que los antibióticos aún no estaban inventados. Sufrió varias cornadas en la cara que se la dejaron bastante perjudicada, teniendo en cuenta que el tampoco era guapo. Muy pronto se estableció una rivalidad entre gallistas y belmontistas. Joselito "el Gallo" era el torero más famoso entonces. Había tenido una vida mucho más fácil que Belmonte y su hermano mayor, Rafael "el Gallo" era tambien torero de fama. Ellos se llevaban bastante bien y se tenían en gran estima. De Joselito se decía que nunca le cogería un toro, justo lo contrario que de Belmonte, y por esos azares del destino, Joselito murió por una cogida en Talavera y Belmonte se retiró de los toros vivito y coleando y tuvo varias vueltas a los ruedos tras sus retiradas.
Belmonte viajaba siempre con una espuerta con los trastos de torear y otra llena de libros. Cuenta en un apéndice del libro Josefina Carabias que le contó Rafael el Gallo que "lo primero que hizo Belmonte cuando empezó a ganar dinero fue instalar en su casa un biblioteca y poner un cuarto de baño. Nunca se ocupó de tener buena ropa ni alfiler de corbata. Pero un torero más bañado y más leído no lo hubo ni lo habrá". Se cuenta incluso que en alguna ocasión en la que estaba muy enfrascado en la lectura de un libro le dijo a su mozo que dijera que estaba indispuesto y que se suspendiera la corrida.
Esto lo hace una persona muy atractiva a mis ojos de lector impenitente, me siento cercano a él. También compartió amistad con muchos intelectuales de la época como Julio Camba, Pérez de Ayala o Valle-Inclán. Fue este último el que le comentó, en una de las anécdotas más conocidas de Belmonte, que "¡Juanito, no te falta más que morir en la plaza!" a lo que Belmonte contestó: "Se hará lo que se pueda, don Ramón".
Se casó con una peruana a la que le hicieron la vida imposible en Sevilla donde Belmonte era casi un dios. De hecho, en una de las salidas a hombros en una tarde triunfal intentaron sacar las andas del "Cachorro" para llevarlo en ellas por Triana. Finalmente se trasladó a Madrid buscando más tranquilidad, aunque allí también era acosado. Ahora se nos hace difícil pensar en alguien con tantísima fama. De hecho, hasta fue portada de la revista Time.
Finalmente se retiró y se compró un cortijo, y fue criador de reses bravas. Su mujer enfermó y la trasladó a Suiza. en España ya estaba la República y, como terrateniente, tuvo problemas, aunque los intentó solucionar de la mejor manera posible. Recompraba las aceitunas que le robaban los antiguos jornaleros al precio que le pedían que, curiosamente, era más bajo que el que él les pagaba en condiciones normales, y evitaba que lo malvendieran a los que se atrevían a comprar aceitunas robadas.
Rafael "el Gallo" le llamaba "este" y decía que era como un hermano chico; a lo que Belmonte decía "querrás decir un hemano grande" porque él se había hecho cargo de el Gallo y sus finanzas procurando que viviera con dignidad a pesar de que el Gallo casi se había arruinado.
Ya mayor, con casi setenta años, se suicidó en su cortijo después de haber pasado el día con el ganado y recorriendo su dehesa. Al final no fue un toro, sino él mismo, cuando quiso, el que se lo llevó por delante.
Un libro buenísimo. Me llamó la atención que el libro está escrito como una autobiografía, contado en primera persona, menos las primeras quince páginas y cambia a primera persona así sin más ni más, es chocante.
Además, como, gracias al kindle y a molinos, que me lleva por el camino de la perdición, voy doblando esquinitas de las páginas, me he dado cuenta de que este es un libro con un montón de esquinitas dobladas. todas no puedo ponerlas aquí, pero os voy a poner como siempre algunos párrafos:
"Años después, estando en Norteamérica, fui interviuvado por un periodista yanqui, que mientras hablábamos no hacía más que mirarme de arriba abajo y remirarme con una insistencia y una estupefacción francamente molestas. Me observaba atentamente y luego preguntaba en inglés al amigo que nos servía de intérprete: «¿Y este es el rey de los toreros?». volvía a mirarme de una manera impertinente, me confrontaba con un retrato mío que llevaba e insistía: «¿Está usted seguro de que es este el rey de los toreros?». Me di cuenta de su estado de ánimo y me puse de mal humor. Me levanté dando por terminada la entrevista, y pedí al amigo que traducía la conversación: «Dígale a usted a ese tío que sí, que soy el rey de los toreros... ¡Qué no me mire más! Dígale también que los toreros no tienen que matar los toros a puñetazos, y, por si es capaz de comprenderlo, dígale, además, que el toreo es un ejercicio espiritual, un verdadero arte. Y que se vaya»."
"Nueva York no me gustó. Demasiado grande y demasiado distinto. Ni aquellas simas profundas eran calles, ni aquellas hormiguitas apresuradas eran hombres, ni aquel hacinamiento de hierros y cemento, puentes y rascacielos era una ciudad. Va un hombre por una calle de Sevilla pisando fuerte para que llegue hasta el fondo de los patios el eco de sus pasos sonoros, mirando sin tener que levantar la cabeza a los balcones, desde donde sabe que le miran a él, llenando la calle toda con su voz grave y bien entonada cuando saluda a un amigo con quien se cruza: «¡Adios, Rafaé...!», y da gloria verlo y es un orgullo ser un hombre y pasear por una calle como aquella y vivir en una ciudad así."
"Cuando me arrimé a una vaquilla con la muleta en la mano le oí gritar a mi espalda:
-¡Por ahí no, muchacho, que te va a coger!
No volví la cabeza ni rectifiqué una línea, y cité de nuevo a la vaquilla.
-¡Que te va a coger! - repitió Joselito.
Dio el animal una arrancada y, efectivmente, salí volteado. Me levanté renqueando; recogí del suelo la muletilla y, por el mismo sitio y en la misma forma, volví a la carga.
-¡Ju, vaca!
Ocurrió que, tal y como yo quería, pasó la res sin tocarme, obligada por los vuelos del engaño, y, en aquel mismo terreno le di cinco o seis pases que emocionaron a los espectadores. Solo entonces alcé los ojos hacia donde estaba Joselito y le dije:
-¡Que me iba a coger, ya lo sabía yo! ¡La gracia estaba en torearla ahí!
No supo perdonármelo, y me volvió altivamente la espalda."
"Esa cornada que yo he deseado siempre con ferviente anhelo ha sido la que me ha librado de muchas auténticas cornadas. Mi más firme convicción, mi superstición si se quiere, es esta: no vale escurrir el bulto. Hay que ofrecer gallardamente al Destino el sitio por el que pueda herirnos."
"El día que se torea crece más la barba. Es el miedo. Sencillamente, el miedo. Durante las horas anteriores a la corrida se pasa tanto miedo, que todo el organismo está conmovido por una vibración intensísima, capaz de activar las funciones fisiológicas, hasta el punto de provocar esta anomalía que no sé si los médicos aceptarán, pero que todos los toreros han podido comprobar de manera terminante: los días de toros la barba crece más aprisa."
"Y esa emoción que le hace a uno acercarse al toro con un nudo en la garganta, tiene, a mi juicio, un origen y una condición tan inaprehensible como los del amor. Es más: he llegado a establecer una serie de identidades tan absolutas entre el amor y el arte, que si yo fuese un ensayista en vez de ser un torero, me atrevería a esbozar una teoría sexual del arte; por lo menos, del arte de torear. Se torea y se entusiasmaa los públicos del mismo modo que se ama y se enamora, por virtud de una secreta fuente de energía espiritual que, a mi entender tiene allá, en lo hondo del ser, el mismo origen. Cuando este oculto venero está seco, es inútil esforzarse. La voluntad no puede nada. No se enamora uno a voluntad ni a voluntad torea.
En Lima yo me encontré en uno de los momentos de más exuberancia de mi vida. Toreé nueve corridas, alternando en casi todas ellas con Fortuna, Chiquito de Begoña y Alcalareño. Fueron otros tantos triunfos. Un revistero de Lima escribió que yo salía a torear como si fuese a conquistar a una mujer. Y, efectivamente, conquisté una: la mía."
"Este pintoresco concepto del dinero del torero está tan arraigado que hasta el mismísimo Estado lo comparte. Hace poco quise impugnar unas tarifas de contribuciones que me habían impuesto arbitrariamente. Me quedé estupefacto cuando oí al recaudador que me decía como todo el mundo:
-«Pero, hombre, a usted ¿qué más le da? ¡Si con torear un par de corridas más tiene todos los problemas resueltos!»
Y por esto sí que no paso. Me niego a que el Estado y el Municipio y la Diputación tengan ese concepto liberal de mi dinero. Pase que haya que torear para ayudar a unos infelices que, en fin de cuentas, forman el pedestal del torero. ¡Pero me niego a dar una sola verónica en beneficio del Estado!"
Y ahora que lo sabéis, ¡a ver si lo leéis!
Ja!
ResponderEliminarLeer doblando esquinas es leer de otra manera...y reconoce que mola volver sobre las esquinas y recuperar exactamente las frases que te dijeron algo.
Por eso lo hago, Moli, por volver a leerlas. Además es curioso poque algunas veces me leo otra vez la página y al terminar digo "y qué es lo que había visto yo aquí?".
ResponderEliminarAhora mis libros terminan impolutos, pero con las esquinas dobladas! XDD
El concepto yonki de los libros me gusta mucho...también me gustaban antes los toros, ahora cada vez menos, precisamente por lo que comentas. Y también entiendo a los que les parece una aberración y una tortura.
ResponderEliminarAl tema, el libro. Me echa para atrás el estilo, al menos por los trozos que pegas, pero las biografías de gente interesante me gustan mucho, así que nada, a la balda de libros que puede que te coja prestados...es todo culpa vuestra!!
Formidable este libro. Lo he releido y se que lo releeré más veces. Y has ido a entresacar uno de los párrafos que más me gustan, el que siempre recuerdo en primer lugar: "Va un hombre por una calle de Sevilla pisando fuerte..." Es un monumento de libro, y Belmonte debió ser una persona extraordinaria. Gracias por recordármelo.
ResponderEliminarBelmonte dicen que fue un torero intelectual. No era un intelectual, pero si fue quizá el único que supo explicar lo que piensa y lo que siente un torero.
ResponderEliminarY una curiosidad, Belmonte crio toros. Suponemos que magnificos. Porque al estallar la guerra civil, ls hambrinetos jornaleros se comieron sementales que suponian siglos de selección genética.
Ahí empezo a degenerar la raza del toro de lidia.
Y, ¿quien era uno de los que comió carne de semental de, entre otras, la ganaderia de Belmonte?.
Un chaval que luego triunfo como "torero", Manuel Benitez "El Cordobes". Seguramente el ejemplo de todo lo que no debía haber en los toros...
Pues gracias por pasarte por el blog, Cigarra, y gracias por el comentario.
ResponderEliminarNo sabía eso de El Cordobés, Gonzalo. Así que además de degenerar el toreo, también contribuyó a degenerar los toros de lidia. Aunque si había hambre...
Ya sabes que yo no soy nada de toros, pero la verdad que el libro tiene una pinta impresionante. Leer así en primera persona de esa época tiene mucho encanto, la verdad. Gente que vivía aquí y sin embargo llegó a hacer entrevistas en Nueva York.
ResponderEliminarMe ha impresionado lo de la muerte, pero supongo que si cada día de tu vida has pensado que podías morir, quitártela debe ser como decir "pues hasta aquí".
Gracias por la reseña, otra vez.
Yo lo recomiento, Eliahh. La figura de Belmonte es interesantísima y el libro está muy bien.
ResponderEliminarPinta bien, me lo anoto.
ResponderEliminarEs un buen libro. Ahora creo que hay una nueva edición en Libros del Asteroide que estará mejor editado, creo.
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