Del vértigo y su tratamiento

Si me conocéis ya un poco os habréis dado cuenta de que muy osada e intrépida no soy. Más bien soy tirando a cagada. En lo físico quiero decir (en lo otro es otra historia que puede que cuente otro día). No me van las montañas rusas, no me he tirado jamás en paracaídas, no me llama el puenting ni ninguna otra actividad que acabe en ing (incluyendo entre ellas el coachsurfing)… Y, sobre todo, tengo un miedo atroz a las alturas.

No sé de niña, pero sí recuerdo que ya de preadolescente me pasaba. En aquella época, de todos modos, hubo una temporada en la que me hacía la valiente y, cagada por dentro, me subía donde fuera intentando mantener la sonrisa y la naturalidad (no sé si con éxito). Luego se me pasó el arrebato y decidí que pasarlo mal porque sí no era lo mío.

Lo del miedo a las alturas además, y parece que es lo habitual, ha ido aumentando con la edad. Dentro de lo malo tengo suerte, porque hay gente a la que el miedo le hace sentir la necesidad de tirarse al vacío. Suena raro, sí, pero conozco a varias personas a las que les pasa. Lo mío es más normal. Yo ‘sólo’ me quedo paralizada. Se me bloquean las piernas, intento agarrarme a algo y me quedo petrificada donde me sobreviene el ataque de pánico.

Esto ha dado lugar a situaciones que podríamos calificar como… ¿interesantes? Por ejemplo, una vez en el Guggenheim en Bilbao, en una de esas pasarelas sobre el vacío, me quedé parada a la mitad y tuvo que venir ND al rescate y yo salir andando con más miedo que vergüenza y todo el cuerpo temblando. Y no estaba muy alto, es la sensación de vacío. Otra vez que fuimos a Madeira no pudimos bañarnos ni una vez en la piscina de agua de mar del hotel porque se llegaba usando un ascensor al que se accedía a través de otra pasarela estrecha ‘en el aire’.

En el trabajo también he tenido mis momentos. Supongo que imagináis que para calentar un invernadero combinado, hace falta una caldera un poquito más grande que la de casa. Pues acertáis. La que había en el pinche desierto tenía, si no recuerdo mal, cinco tramos de escalera. Y ahí me fui yo un día toda decidida en plan ‘a Dios pongo por testigo que esto no va a poder conmigo’… Y pudo. No llegué ni al segundo tramo.

Otra vez, en un invernadero mucho más antiguo que ni siquiera era combinado ni nada, me quedé bloqueada al salir del ascensor que nos subió a lo alto de la caldera (sí, era de aquellos otros tiempos, cuando consideraban que los ingenieros no podíamos subir a la caldera andando y nos ponían ascensores, ‘ah! the old golden days’…). El caso es que al salir del ascensor el suelo era ¡de rejilla! Y la barandilla muy endeble. Total, que allí me quedé, aferrada a la pared del ascensor cual Spiderman, mientras los otros veían lo que se supone que yo tenía que ver. Fenomenal.

(¡Ostras! Esto iba a ser una introducción y casi me sale un post).

Todo esto viene a que ayer me tocaba disfrutar ¡por fin! de uno de mis regalos de cumpleaños. El concierto de Diana Krall en el Price. Y resultó que nuestros asientos estaban un poco arriba. Y pegados al borde. Y con una barandilla muy alta. Y con mucho hueco entre la barra de la barandilla y el pretil. ¡Ay! Que me da… llegué al asiento pensando que no me movía y que si venía alguno iba a tener que saltarme aun a riesgo de poner en peligro su vida porque yo de ahí ya no me levantaba más que para irme.

Una vez pasada la primera impresión mi mayor miedo pasó a ser hacer un Ben-Hur y salir condenada a galeras por haber tirado el móvil o el bolso abajo y darle en la cocorota brillante a su señoría Gómez Bermúdez que estaba entre el público. A galeras, o a escarnio tertuliano por boca de su señora opinadora profesional, también entre el respetable.

Luego vino ella: Diana (no la Beni, quita de ahí). ¡Ay! Casi dos horas de hipnosis sin vértigo ninguno. Qué maravilla. Puesta en escena escasa, por no decir nula. Y para qué. Los músicos, sus instrumentos y las luces. Empezó con unas canciones de su último disco, versiones de la música que ponía su padre en casa, de los veinte los treinta del siglo XX, acompañada por sus cinco músicos: contrabajo, percusión, guitarra, cuerdas varias (a lo largo del concierto usó guitarra, banjo, ukelele, ese violín plebeyo que los anglosajones llaman fiddle…) y teclado. Esa primera parte la terminó con una versión espectacular de Temptation de Tom Waits donde cambiaron por completo el tono inicial y lo dieron todo.

Luego se quedó ella sola al piano. Empezó bien y después decayó un poco, sobre todo con una de Neil Young que me aburrió mucho pero enseguida volvieron los músicos y se recuperó la cosa. Ya no sé si fue en los bises o cuándo, pero hacia el final tocaron una versión fantástica de Boulevard of broken dreams.

En total unas dos horas de hipnosis y disfrute absoluto de sus manos al piano y su voz un poco grave y lo justo de ronca. ¡Ah! y ningún vértigo. Me quedo con las dos versiones que he mencionado.

Estuvo simpática en las introducciones a las canciones y entendí todo todo todo todo lo que dijo y eso que no habló ni una palabra en español más allá de ‘buenas noches’ (punto para el señor V).
Eso sí, Diana, amiga, dos cosas te voy a decir. Botas por encima de la rodilla a cuarenta grados ¡mal! Y falda corta si tienes que tocar dos pianos y te cambias veinte veces de postura está muy bien si te importa un bledo que se te vean las bragas. Si te preocupa y tienes que andar recolocándote la falda en cada movimiento cambia de estilismo.

Pues eso, que ya he encontrado cura para mi vértigo. Lo que pasa es que va a ser un lío organizar mi agenda con la de la Sra. Krall cuando me toque subir a la caldera de algún invernadero o similar. Y además no sé yo si  luego sabré meter su caché en la nota de gastos. Qué dilema.

Así que, chicas, os tengo que dar las gracias dos veces: por un concierto fabuloso y por descubrir la cura de mis males. Aunque sea accidentalmente. Gracias dobles entonces a @AmanitaPhaloide, @BeQaD, @esemarron y @molinos1282.

(Crítica autorizada aquí, soy incapaz de encontrarla en El Mundo y la de abc solo está disponible con suscripción. Luego si puedo os pongo un vídeo que grabó ND piratamente).




P.D: No he podido subirlo (Blogger me odia), así que os pongo este que está bastante mejor grabado... (ND)

Comentarios

  1. Qué chulo el concierto. Y en otro orden de cosas, lo peor sin duda, cuadrar la nota de gastos. Con diferencia.

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    1. Chulísimo, sí. Lo otro ya me parece a mi que va a ser complicado. A ver, sin código de coste...

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  2. Te lo juro que con el vértigo me pasa lo mismo que a ti...

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    1. Hey!! Qué bueno verte por aquí. Todo bien?

      Qué raro que tu y yo coincidamos...

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  3. A mí me pasan las dos cosas. A veces me dan ganas de saltar, y claro, me acojono doblemente y salgo corriendo. Otras me quedo paralizada. Hace un par de años me liaron para ir a un sitio en la sierra de esos de tirolinas y pasarelas entre árboles y demás. Había varios grados de dificultad. En el segundo me quedé paralizada y de milagro no tuvieron que bajarme. No me subí a ninguno más, claro. Me aburrí de lo lindo el resto de la mañana, pero en el suelo se estaba mucho mejor, gracias.

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  4. Los suelos de rejilla de las centrales térmicas y demás plantas industriales es el peor invento del ser humano. ¿Para qué sirve que se vea a través de ellas, realmente? ¿Es sólo por torturar a la gente con vétigo o realmente merece la pena el ahorro de material, si es que lo hay?
    En una visita con la Escuela descubrí por primera vez que necesitaba ayuda de un compañero para concentrarme en otra cosa, y que mis padres me habían mentido toda mi vida diciendo "tú qué vas a tener miedo a las alturas, eso le pasa a todo el mundo". Claro, me ahorraron casi 20 años de sufrimiento inducido...

    Mucha envidia de tu concierto de Diana Kroll, por una vez he podido ver un vídeo musical :)

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