Dos en la carretera
Fuimos compañeros de escuela y de promoción así que supongo que nos habíamos visto muchas veces antes, pero yo no le recuerdo de entonces. La primera vez que hablé con él fue en una cena a la que el colegio nos invitaba por acabar la carrera. Vino con una amiga común. Acabamos aquella cena cantando canciones de María Dolores Pradera y Carlos Cano. Yo pensé que era una pena porque seguramente nunca más volvería a ver a aquel chico tan alto y que compartía conmigo unas aficiones musicales algo raras para nuestra generación. La cena se acabó, vinieron las copas y el baile. Con la suela de su zapato llena de trocitos de cristal pisó a otra amiga mía con sandalias. Cada uno se fue a su casa. Pasaron los meses. El destino quiso que yo no tuviera plan para un, digamos, viernes y aquella amiga común me invitó al cumpleaños de una perfecta desconocida para mí. Todavía no sé porqué fui. Ir a cumpleaños de desconocidas a los que no estoy invitada no va mucho conmigo, la verdad. Pero el caso es que fui. Después de un rato en aquella fiesta preguntándome qué coño hacía allí, aquel chico alto apareció otra vez. Algo por dentro me hizo ‘click’. Me pasé la noche hablando con él y su amigo, deseando que no se acabara y alucinando por haberme encontrado con alguien así. No era posible que coincidiéramos en tantas cosas. Era el comienzo de noviembre de madrugada. Él me dejó sus guantes. Unos guantes enormes y muy calentitos. Nos despedimos. Él dice que me pidió que le acompañara a su casa que estaba allí al lado. Yo no le oí así que, decepcionada, le devolví sus guantes. Según parece con algo de mala leche. Ya no sé si me las ingenié para autoinvitarme con ellos y nuestra amiga común al cine al día siguiente o si fueron ellos los que me invitaron. El caso es que al día siguiente fuimos al cine. No nos quedó más remedio que ir a la sesión golfa, no había entradas para la anterior. No me dio ninguna pena. Estuvimos jugando al trivial y yo acabé odiando a su amigo. Se metía en todas nuestras conversaciones, no nos dejaba hablar a solas ni un minuto. Pobre A. Ahora le quiero mucho pero aquel día le hubiera matado. En el cine la ‘casualidad’, o sea sus colegas pero eso yo entonces no lo sabía, quiso que nos sentáramos juntos. Me dejó en casa aquella noche a bordo del coche de nuestra amiga común y con ella de chófer. Me pasé toda la semana dándoos la lata con el chico tan maravilloso que había conocido y, cómo no, poniendo la máquina a centrifugar. ¿Si me dijo que me iba a dejar sus discos Gershwin y Porter será porque le molo? ‘Eso es que le molas fijo’ decía Calvin. Pero entonces, ¿por qué la primera noche ni siquiera se despidió con un beso? En fin esas cosas. Y toda la semana intentado ingeniármelas para acoplarme de nuevo con ellos el fin de semana siguiente. Tuve suerte y lo conseguí. Aquella noche vimos amanecer al revés acurrucados en el sofá de su salón. Recuerdo aquellas primeras semanas en una nebulosa de emociones, falta de sueño y sms y correos electrónicos llenos de poemas.
Nunca antes había sido así de feliz y siempre, desde entonces, me ha hecho feliz.
Hace unos días leí una cita de Ortega que decía algo así como que la belleza atrae, la inteligencia encanta y la bondad retiene. No lo recuerdo exactamente pero esa es la idea. No puedo estar más de acuerdo. Mi ND desde luego es guapo. Y por supuesto, a mi me encantó su inteligencia y también su sabiduría. Sin embargo no es su belleza o su inteligencia lo que me mantiene junto a él, no. Con el paso de los años, lo que me mantiene a su lado es su bondad. Es bueno con todos, conmigo por supuesto, con sus hijos, con sus amigos, con sus padres, con sus hermanos. Por ejemplo, se organiza un maratón de ida y vuelta en el día a Roma y Nápoles para no dejarme sola una noche y dos mañanas y poder estar algo con los niños. O arregla sin perder la paciencia los desaguisados que la osadía y la ignorancia de mi padre provocan en su propio ordenador (en el de mi padre, entiéndase). Pero es que además es bueno digamos que por la calle y mantiene esos gestos que cada vez mantiene menos gente, como ceder su sitio en el autobús o no colarse en las salidas de las autopistas. Vamos que es bueno, no, buenísimo.
Por estas fechas se cumplen ocho años de aquella semana en que nos conocimos. Mi amiga, la del pisotón de cristales, ya le ha perdonado. Y a mí me vuelven las mariposas al estómago cada vez que veo un cartel de Amélie.
Gracias bueni.
Propongo que el administrador del blog prohiba estos post de lágrima fácil!! Uno se mete pensado que va a leer alguna tontería y se encuentra esto. No es justo, luego voy y me añusgo. Aunque en el pecado llevas la penitencia, porque de mí no de deshaces aunque quieras. Yo ya me he pegado a ti y ya ni con aguarrás. Un día te dio una tontada y yo me aproveché de ella. Muchas gracias a ti por todo. Eres lo mejor del mundo.
ResponderEliminarRecuerdo perfectamente aquella noche en la cual un tiarrón se puso a cantar canciones de la Pradera, resultó que el tiarrón era un Tío Grande. Crreo que en ese justo momento la historia de una bonita pareja empezó a escribirse. Anniehall, si alguna vez he de poner un ejemplo claro de "tal para cual" ésos sois vosotros.
ResponderEliminarPD: La pobre de las sandalias que sufrió el pisotón acristalado era mi novia, ahora esposa. Sí Apa, recordaremos siempre esa noche.
Milbesos.
Aissssssssss
ResponderEliminar¡Pero cómo no enamorarse viendo Amélie!
ResponderEliminarCuqui!! El mismo día, en 1973, se casaron mis padres. Si no lo digo, reviento!!
ResponderEliminarLas casualidades... ¿o no? :-)
ResponderEliminarMás vale tarde que nunca, acabo de empezar a leer vuestro blog.
EliminarAins, qué tiempos aquellos y cùanto juego dio ese coche.
El pobre ND estaba conmigo cuando un taxi le rompiò el cacas.
Besotes
Una amiga común
Voy a detallar, por sí acaso, que el taxi le rompiò el cacas a mi coche, no a ND.
ResponderEliminarUna amiga común
Hola, amiga común, gracias por la aclaración. Un beso ;-)
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