Mis páginas mejores

Me he leído este libro de Julio Camba que ya llevaba tiempo queriéndome leer. Camba me encanta, me parece inteligentísimo y divertidísimo. Es una pena que no haya algo parecido a unas obras completas o algo más que los pocos libros que recolpilan algunas de sus columnas.

Para mí es el español que más cerca está de Mark Twain, pero como buen español, con más cinismo y mala leche. Un Mark Twain gallego, vamos.

Supongo que el hecho de que fuera de derechas y de que por lo que parece sus herederos ni se sabe quiénes son debe dificultar el hecho de poder editar y publicar sus trabajos. En este caso, por ejemplo, en el copyright pone que los derechos son de los herederos y que por favor se pongan en contacto con la editorial para cobrarlos. En fin, un lío.

Julio Camba se fue por Europa y América antes y durante la primera guerra mundial y entre las dos guerras. Tiene cierto aire cosmopolita, pero sigue siendo español. Sus columnas son historias completas en pocas palabras (dos o tres páginas) que son una especie de monólogos o de club de la comedia de hace unos cien años. Va preparando el terreno y al final te deja con una sonrisa en la boca o descolocado. Tienen mucha agudeza y hay veces que son agridulces.

Yo os recomendaría que no dejaseis pasar ni un día más sin leer alguna página suya, pero como sé que sois desconfiados os voy a poner algunos párrafos para suscitar vuestro interés:

Por ejemplo, sobre las mujeres inglesas: "Dice un provervio que cuando una inglesa se pone a ser bonita... En cambio, hay que ver cuando una inglesa se pone a ser fea. Yo no he conocido en ninguna parte del mundo mujeres tan bonitas ni mujeres tan feas como las que he conocido aquí. Como esta es una gente muy práctica, cuando se propone una cosa, no para hasta conseguirlo. La inglesa que sale bonita es delicada, ideal y adorable como no lo es mujer bonita de ningún otro país. Pero la inglesa que sale fea, da miedo. Es fea de un modo rotundo, fundamental y definitivo. Parece como si a lo largo de su vida hubiera ido cultivando el horror de su cara y de su cuerpo con un cuidado especialísimo, procurando no omitir ninguno de los detalles de una fealdad perfecta".

Sobre las camas inglesas: "Si las camas inglesas fuesen camas francesas, Inglaterra no sería lo que es. Para juzgar a un pueblo hay que ver su comedor y su alcoba antes que su palacio parlamentario. [...] Por lo que respecta a la alcoba inglesa, de ella se deriva la mitad, por lo menos, de la energía británica. Viendo una alcoba inglesa, se comprende que Inglaterra sea un pueblo activo, que no duerme más que el tiempo necesario para recobrar las fuerzas perdidas durante el día, y un pueblo práctico, que no sueña jamás. En las camas inglesas no hay edredones, ni doseles, ni apenas colchón. No sintiendo verdaderamente sueño, a ningún inglés se le ocurre meterse en la cama. Estando despierto, ninguno permanece en ella".

Sobre Nueva York: "Nueva York no es una ciudad. Es un sistema, una teoría. Para conocer Nueva York no hace falta habitarlo, ni siquiera estudiar una guía que lo describa. Se aprende la teoría, y ya está. Yo no puedo deslumbrar en Nueva York a ningún recién llegado. Todos se manejan aquí lo mismo que el más viejo nuevayorquino. Si encontrándose en la calle 114, por ejemplo, un recién llegado quiere ir a la calle 120, este recién llegado sabe que todo consiste en cruzar seis calles". O: "Por mi parte, yo no creo que en Nueva York nieve más que en Rusia, que en Alemania o que en Suiza, sino que los americanos saben organizar sus nevadas mejor que los suizos, que los alemanes y que los rusos. He visto ya nevar aquí y he observado el partido enorme que esta gente saca de sus nevadas. Lo primero que hacen los americanos en cuanto empieza a caer sobre Nueva York un poco de nieve es interrumpir el tráfico,  y esto basta por sí solo a producir un trastorno formidable en la vida de la gran ciudad. El comercio pierde sumas fabulosas, los accidentes se suceden unos a otros...
Cesa de nevar, y en vez de retirar la nieve que ha quedado sobre las calles, el Municipio las deja en ellas. Y así, nada más que con un ligero esfuerzo administrativo, una nevada de veinticuatro horas que, en cualquier ciudad europea carecería de importancia, llega aquí a adquirir las proporciones de un acontecimiento mundial".

"Usted llega a la estación de Pensilvania y se encuentra en un hall amplio, elegante, silencioso. [...] En todo Nueva York hay prisa menos en la estación de Pensilvania y en la Grand Central Station. Nada de ruido. En todo Nueva York hay ruido, excepto en la Grand Central Station y en la estación de Pensilvania.
Se suele elogiar mucho al arquitecto de la Pensilvania por haber eliminado de ella todos los ruidos y todos los contactos característicos de una estación, pero el truco es bien sencillo: no hay más que meter esos ruidos y esos contactos en el hotel de enfrente. Si la estación de Pensilvania parece un hotel, en cambio el hotel, no solo parece, sino que es, de hecho, una estación. Allí se compran los billetes. Allí se facturan los equipajes. Allí se hacen las despedidas y los recibimientos. Allí se señalan las llegadas y las salidas. [...]
Y cuando usted llega a su cuarto, em el piso quince o veinte, y comienza a abrir la correspondencia que le han entregado, se encuentra usted con una carta de la Dirección, donde esta vaga entidad le dice a usted que, a fin de que no eche usted de menos en el hotel Pensilvania el cariño ni la solicitud de los suyos y se encuentre usted allí como en su propio hogar, le ha puesto una radio en la mesa de noche y una almohadilla sobre la cómoda, en la que encontrará dos botones blancos, dos botones negros, varias agujas con hilo negro y con hilo blanco y un par de imperdibles... Todos los hoteles de mil quinientas habitaciones para arriba suelen adoptar en América esta actitud maternal respecto al viajero, lo que es conmovedor, indudablemente; pero si la Dirección del Pensilvania cree que uno, cuando está en el seno de su familia, se pasa las noches cosiendo botones al son de la radio, ¿no valdría más que le dejase buscar otras diversiones, ahora que se encuentra uno de viaje?".

En fin, podría seguir porque es divertidísimo y cargado de ingenio y agudeza. Es eso que se llama humor inteligente. Ese que todos definimos como el que nos hace reir. Julio Camba lo consigue, al menos en mi caso. Además, el formato columnas hace que se pueda leer una en cuanto se tiene un hueco o que se pueda ir leyendo poco a poco porque no hay una relación entre una y otra.

Yo os lo recomiendo igual que os recomiendo a Twain. Ahora vosotros veréis si me hacéis caso o no. Y, en caso de que me lo hagáis, si me lo agradecéis o no.


Comentarios

  1. Sí, muy interesante tu reseña. Supongo que nadie más ha contestado porque se han ido corriendo a comprarlo.

    Tú sigue así y en un par de meses no te lee nadie...

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  2. pues a mi me parece q tiene muy buena pinta, lo de las mujeres inglesas y lo de nueva york me ha enganchado.
    ¿te estas desdoblando como yo ? ya veras q es divertido

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  3. Me gusta, lo busco ya mismo( comento por comentar). Quedaba muy vacío...
    Caracola

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  4. De Julio Camba se habla y se le cita mucho en el Abc, siempre por los mismos articulistas, que yo creo que para ellos es como la Biblia para los reverendos que salen en las películas americanas. Creo que lo encargaré en papel, buena reseña (as usual), y buena idea! Gracias!

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  5. Me fijo ahora que está prologado por Jabois. Sí, hay una hornada de periodistas muy de Camba.

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  6. De momento no me desdoblo, Consu's, pero como nadie comentaba... me parecía mal dejar un post sin su comentarito, aunque sea mío. Yo te recomiendo que busques algo de Camba y te lo leas.

    Gracias, Caracola. Sí que quedaba muy vacío, sí...

    Julio Camba fue columnista de ABC muchísimos años, Carmen. Jabois escribe el prólogo, aunque tampoco está especialmente inspirado. Es prácticamente un corta pega de trozos de Camba. No hace falta que te lo compres, te lo dejo si quieres.

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  7. ¿Cuánta alacridad, no?

    Pues sí que me ha gustado lo que dices y citas de él. Julio Camba... me sonaba muy vagamente el nombre pero no lo identificaba con nada.

    Aunque para detalle humorístico el de los herederos y los derechos de autor ¿es en serio?

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  8. Eso pone en el libro, Loquemeahorro. Los herederos están en búsqueda y captura!

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