Mi casa

Me acabo de dar cuenta de que hace unos días hizo veinticinco años que mi casa es mi casa. Es decir, hace todo ese tiempo que me fui a vivir con mis padres a la casa en la que viven ahora y a la que yo sigo llamando mi casa aunque lleve más años viviendo fuera que los que realmente la habité.

Antes de vivir en esa casa, yo había vivido en dos pisos. Del primero no me acuerdo así que, a efectos prácticos, yo había vivido toda la vida en un piso. Era un buen piso. Tenía cuatro habitaciones muy grandes, un salón grande y una cocina normalita. Claro que entonces yo no lo podía apreciar. A mí me parecía lo normal, pero viendo ahora cómo son y cuánto cuestan los pisos, os aseguro que es muy grande. Estaba en un barrio normal, de clase media, como nosotros. Estaba (y allí sigue) en la trasera de una calle transitada así que era tranquilo. Teníamos una placita pequeña entre los dos portales del bloque donde solíamos jugar con otros vecinos. Detrás había un descampado en el que con el tiempo hicieron una cancha de baloncesto, fútbol… Además estaba en cuesta, así que recuerdo una nevada (LA nevada) en la que salimos con plásticos a tirarnos cuesta abajo. Mis tíos vivían, y allí siguen, en el portal de enfrente así que me críe casi con mis primas.

De repente, un día, mi madre decidió que había que buscar algo más grande. Ella quería un piso de cinco habitaciones para que pudiesen venir mis abuelos y todos estuviéramos cómodos. Mi madre siempre piensa en todo el mundo, menos en ella… Cinco habitaciones, eso sí que es un lujo. Entonces no lo parecía tanto, la verdad. Quería algo céntrico.

Al final, a través de alguien se enteraron de una cooperativa que iba a hacer unas casas en un sitio súper céntrico y, no sé muy bien cómo, yo era muy pequeña, entraron en la cooperativa.

Entonces empezamos a ir a visitar un prado. Todavía me acuerdo. A mí me parecía una gran excursión por el tiempo que tardábamos y porque salíamos de la ciudad. Llegábamos, mirábamos un prado con flores, paseábamos un rato, mis padres hablaban con un tío muy raro con un perro que había allí y nos íbamos. Con el tiempo, mucho tiempo, aquello empezó a tomar forma y ya íbamos a visitar la casa. La casa es un pareado y recuerdo unas visitas en las que la casa estaba casi lista pero había zonas todavía comunicadas con los vecinos y mi hermano y yo pasábamos divertidos de una a otra.

Luego llegó ese tiempo desesperante en el que ya nos íbamos pero no nos mudábamos nunca. Yo tenía elegida mi habitación y tenía la secreta esperanza de, cuando fuera mayor, irme al ático que es una planta diáfana enorme.

Hasta que por fin, y porque nos echaban de nuestro antiguo piso, nos fuimos. Un 28 de marzo de 1986. Yo tenía nueve años. Nos fuimos con agua y luz de obra y con las calles de la urbanización sin asfaltar. Eran de tierra, imaginaos lo que es eso en Santander. Recuerdo como si fuera ayer cuando asfaltaron las calles y todas las vecinas salimos a patinar emocionadas.

La casa es mucho más grande que la otra. Mi hermano y yo dejamos de compartir cuarto (al final él se quedó con el ático, aunque al principio tuvo otra habitación). Tenemos un jardín enorme. Y un porche para salir a tomar el aperitivo cuando hace bueno (ay, esas rabas). Tenía muchas vecinas de mi edad y nos lo pasábamos fenomenal. Patinando, montando en bici, yendo a la playa, que está al ladito y se puede ir andando, celebrando San Juan (aunque no nos saquen en las noticias, en el norte también se celebra mucho)... Hay una cancha de tenis donde algún profesor y mucha práctica no consiguieron sacarme de mi innata torpeza para los deportes.

Allí viví mi adolescencia. Un poco fastidiada por los horarios de los autobuses, que eran cada media hora. Yo me tenía que ir a coger el autobús de las diez y mis amigas tenían hora hasta las diez y media. Ya sabéis, gran tragedia, tooodo pasaba en esa media hora.

Y después, o mejor durante, a los dieciocho me vine a Madrid. Poco a poco nos fuimos desperdigando y fui espaciando las visitas. La verdad es que ya voy muy poco. Ahora los niños duermen en la que fue mi habitación y ND y yo en la que vivió mi abuelo sus últimos años. Mientras yo vivía mis primeros en la que había sido su casa en Madrid.

Yo sigo sintiendo que esa es mi casa y al volver también vuelvo a ser, un poco, la niña de dieciocho que se fue a empezar otra vida en Madrid.

En este tiempo, el pueblo ha cambiado mucho. Han construido urbanizaciones de chalés alrededor. La nuestra fue la primera y en Santander debían de pensar que estábamos locos, que nos íbamos al fin del mundo. Están empezando también a hacer bloques de pisos. Qué pena. Han puesto al lado varios centros comerciales y un gran parque tecnológico que no sabemos muy bien qué tecnología albergará. Han adecentado el camino a la playa y la han arreglado. No sé si no la prefiero como antes, más salvaje, más mía. Y el autobús municipal de Santander casi llega hasta mi casa.

El sábado supongo que llegaremos al aperitivo. Tal vez tendremos rabas (calamares), quisquillas y bígaros (caracolillos) del bar de al lado.

Y el lunes, o a lo mejor el martes, ese tío tan raro con un perro con el que hablaban mis padres en el campo donde ahora está mi casa, nos despertará de la siesta para que le invitemos al café. Es P, el hijo de la dueña del prado, que se lo vendió a la cooperativa con la condición de que contratara a su hijo de guarda. Y también un poco de niñero de todos nosotros.

Comentarios

  1. Como vi el enlace en el twiter del Niño, pensaba que hablaba él, hasta bien entrado el post no me he dado cuenta...

    Pero no podía dejar pasar la ocasión de decirte que lo has contado muy bien, y que dejas la sensación de haber sido una niña-adolescente muy feliz.

    Enhorabuena.

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  2. Lo fui sí.

    Y gracias por lo de contarlo, viniendo de una profesional es todo un halago.

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  3. Es lindo tener un lugar así que no sólo por lo físico sino por lo significó lo puedas llamar hogar. Teniendo ya otro, el propio, el fundado por ti misma con lo que aprendiste en el primero.

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  4. Y esa casa ¿tiene horno? Porque aunque tú no lo sepas, ya no puedes vivir sin horno...

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  5. Esos recuerdos...

    Yo sólo puedo opinar de la parte que me toca que es desde que te conozco. Aún recuerdo el primer día que fui a esa casa no sabiéndo que iba a haber ahí más gente que en un concierto para 'conocerme' con la excusa del cumpleaños de tu tío...

    Es una casa fantástica y seguro que nuestros hijos se lo pasarán estupendamente allí.

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  6. Tan cerca del mar. Tienes razón, uando la urbanización estaba alejada, debía ser impresionante. Pero haberse "urbanizado" da comodidad.

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  7. Amanita, la casa de una madre siempre tiene horno. Parece mentira.

    Da comodidad y le quita encanto pero tiene que ser así. Parece

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  8. Me ha encantado el post, se nota un montón de cariño en él. Jo, qué lujo tiene que ser vivir en Santander.

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  9. Me has hecho pensar que toda mi vida me la he pasado en el mismo barrio y que posiblemente lo que me quede aquí seguiré.

    Muy bonito el nuevo diseño del blog, ni me había dado cuenta, ando un poco desconectado

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