Mudanzas
Hoy debería escribir sobre el concierto de María Dolores Pradera al que fuimos ayer. Pero no lo voy a hacer. Primero porque creo que le pisaría el tema a ND. Segundo porque no creo que fuera capaz de describir como se merece lo maravilloso que fue. Y por último porque no me da la gana, hoy prefiero hablar de mudanzas. Así soy yo, siempre centrándome en lo que importa.
Llevo trabajando nueve años, casi diez si contamos el año de becaria. En estos nueve años he trabajado también en casi en nueve sitios distintos, creo, aunque sólo he cambiado una vez de trabajo (que no de empresa, pero esa es otra historia). Ayer tocó la última mudanza.
Estas mudanzas me dan mucha pereza. Siempre acabo por acomodarme al sitio así que siempre me parece que el siguiente cambio será a peor. Esta vez no creo que la sensación de ir a peor me abandone ni que me dé pena cambiarme la próxima vez. Pereza seguro que me da pero pena ninguna.
Por un lado tenemos el hecho mismo de la mudanza. Puedes tomar dos actitudes: meter en cajas todo lo que has ido acumulando desde la última o ponerte exquisito y decidir hacer limpieza. Hagas lo que hagas se te llenarán las manos y la ropa de polvo. Si además optas por la opción de la limpieza, seguro que el primer día en tu nuevo sitio necesitas echar mano del papel que tiraste porque llevaba tanto tiempo guardado que ni siquiera sabías que lo tuvieras. Yo decidí tirarlo todo. A ver lo que tardo en echar de menos mis tesooooros.
Por otro lado tenemos las desventajas asociadas a este nuevo sitio en particular. La verdad es que hasta ayer estábamos en una especie de oasis del mundo laboral. En una isla desierta poblada sólo por los chicos de los campos de girasoles cohabitando cordialmente los unos con los otros (los chicos de la extracción de aceite o pipas, los de control, los del riego, las cosechadoras…). No teníamos que pasar para nada a la casa madre, hasta podíamos fichar allí. Ahora hemos vuelto a la oficina central. Cada uno a su sección rodeada de trincheras donde enemigo es cualquiera de otra sección y al campo de batalla lo llamamos campo de girasoles.
La verdad es que la isla era grande y los sitios estaban bastante expuestos a las miradas curiosas. Pero no había problema. Podían pasar meses sin que existiera la posibilidad de que un gran jefe pudiera atisbar, qué se yo, un blog en la pantalla de tu ordenador en lugar de un plano. Simplemente porque los jefes no pasaban por allí. Será que no les dan barco de empresa.
Aparcábamos a la puerta del edificio, si llegábamos pronto eso sí, y podíamos escaparnos a por un café de verdad, al banco o a la farmacia en un momentito. Ahora cualquier movimiento de salida está controlado celosamente por la garita de seguridad.
Teníamos unos sitios enormes y los armarios al lado de la mesa. Ahora tengo el armario tan lejos que cuando llego se me ha olvidado lo que iba a buscar. Y tenemos tan poco sitio a mano que si dejo en la mesa lo que necesito más habitualmente no me queda espacio para trabajar. Además la entrada y la salida desde el pasillo son como una gymkana. No quiero ni pensar si un día tenemos que evacuar esto por, digamos, un incendio o si se me ocurriera engordar (Dios no lo quiera). Vamos, que hemos pasado de volar en business a viajar en clase misery. Y sin derecho siquiera a equipaje de mano.
No creáis que todo son inconvenientes. La isla era una especie de loft neoyorkino donde la única separación entre los puestos de trabajo y la ‘cocina’ era un armario más bajo que yo. Como no como aquí, la hora de comer los demás para mí era un suplicio. Los olores que llegaban a mi sitio ponían en marcha todos mis jugos gástricos. En ese momento y ante la perspectiva que me espera, cualquier cosa me daba hambre. Hasta unas lentejas quemadas.
Otra cosa en la que también hemos ganado con el cambio ha sido con el baño. He recuperado la intimidad de los baños con tabique y puerta del suelo al techo y con ello mucho más anonimato en caso de catástrofe. Lo mejor de estos baños es que los interruptores de la luz, temporizados, están dentro del baño. En la isla los interruptores estaban fuera y además tarados para literalmente, hoy sí, cagaprisas.
Además, sin salir del baño, hemos recuperado también, no sé cómo llamarlo, el calor del hogar. En esta empresa hay bastante gente que lleva aquí muchos años y considera esto como una extensión de su casa. Así que dejan su neceser en el baño en lugar de guardarlo en su cajón. Cuando llegas por la mañana y vas a echar el primer pis es muy posible que te encuentres a una tía maquillándose. Y cuando digo maquillándose no digo retocándose los labios o la raya del ojo. No, me refiero a maquillarse desde cara lavada. Igualito que en casa, vamos.
La última mejora es el secamanos. Aquí hay unos secamanos como de la NASA. Tienes que meter la mano en una ranura. Yo la metí con miedo. Salvando las evidentes distancias, me sentí cual Audrey en la boca de la verdad en ‘Vacaciones en Roma’. De repente salió una ráfaga de aire tan fuerte que me hizo dudar de si conservaría las uñas y las piedras de la sortija. Una vez comprobada su seguridad para con mis extremidades y sus adornos estoy planteándome seriamente si ir trayéndome cada día una sortija para dejarlas como recién salidas de la joyería.
De todos modos, no compensa, yo prefería mi isla. Además me han separado de mis compis de cruceta que eran estupendos.
Llevo trabajando nueve años, casi diez si contamos el año de becaria. En estos nueve años he trabajado también en casi en nueve sitios distintos, creo, aunque sólo he cambiado una vez de trabajo (que no de empresa, pero esa es otra historia). Ayer tocó la última mudanza.
Estas mudanzas me dan mucha pereza. Siempre acabo por acomodarme al sitio así que siempre me parece que el siguiente cambio será a peor. Esta vez no creo que la sensación de ir a peor me abandone ni que me dé pena cambiarme la próxima vez. Pereza seguro que me da pero pena ninguna.
Por un lado tenemos el hecho mismo de la mudanza. Puedes tomar dos actitudes: meter en cajas todo lo que has ido acumulando desde la última o ponerte exquisito y decidir hacer limpieza. Hagas lo que hagas se te llenarán las manos y la ropa de polvo. Si además optas por la opción de la limpieza, seguro que el primer día en tu nuevo sitio necesitas echar mano del papel que tiraste porque llevaba tanto tiempo guardado que ni siquiera sabías que lo tuvieras. Yo decidí tirarlo todo. A ver lo que tardo en echar de menos mis tesooooros.
Por otro lado tenemos las desventajas asociadas a este nuevo sitio en particular. La verdad es que hasta ayer estábamos en una especie de oasis del mundo laboral. En una isla desierta poblada sólo por los chicos de los campos de girasoles cohabitando cordialmente los unos con los otros (los chicos de la extracción de aceite o pipas, los de control, los del riego, las cosechadoras…). No teníamos que pasar para nada a la casa madre, hasta podíamos fichar allí. Ahora hemos vuelto a la oficina central. Cada uno a su sección rodeada de trincheras donde enemigo es cualquiera de otra sección y al campo de batalla lo llamamos campo de girasoles.
La verdad es que la isla era grande y los sitios estaban bastante expuestos a las miradas curiosas. Pero no había problema. Podían pasar meses sin que existiera la posibilidad de que un gran jefe pudiera atisbar, qué se yo, un blog en la pantalla de tu ordenador en lugar de un plano. Simplemente porque los jefes no pasaban por allí. Será que no les dan barco de empresa.
Aparcábamos a la puerta del edificio, si llegábamos pronto eso sí, y podíamos escaparnos a por un café de verdad, al banco o a la farmacia en un momentito. Ahora cualquier movimiento de salida está controlado celosamente por la garita de seguridad.
Teníamos unos sitios enormes y los armarios al lado de la mesa. Ahora tengo el armario tan lejos que cuando llego se me ha olvidado lo que iba a buscar. Y tenemos tan poco sitio a mano que si dejo en la mesa lo que necesito más habitualmente no me queda espacio para trabajar. Además la entrada y la salida desde el pasillo son como una gymkana. No quiero ni pensar si un día tenemos que evacuar esto por, digamos, un incendio o si se me ocurriera engordar (Dios no lo quiera). Vamos, que hemos pasado de volar en business a viajar en clase misery. Y sin derecho siquiera a equipaje de mano.
No creáis que todo son inconvenientes. La isla era una especie de loft neoyorkino donde la única separación entre los puestos de trabajo y la ‘cocina’ era un armario más bajo que yo. Como no como aquí, la hora de comer los demás para mí era un suplicio. Los olores que llegaban a mi sitio ponían en marcha todos mis jugos gástricos. En ese momento y ante la perspectiva que me espera, cualquier cosa me daba hambre. Hasta unas lentejas quemadas.
Otra cosa en la que también hemos ganado con el cambio ha sido con el baño. He recuperado la intimidad de los baños con tabique y puerta del suelo al techo y con ello mucho más anonimato en caso de catástrofe. Lo mejor de estos baños es que los interruptores de la luz, temporizados, están dentro del baño. En la isla los interruptores estaban fuera y además tarados para literalmente, hoy sí, cagaprisas.
Además, sin salir del baño, hemos recuperado también, no sé cómo llamarlo, el calor del hogar. En esta empresa hay bastante gente que lleva aquí muchos años y considera esto como una extensión de su casa. Así que dejan su neceser en el baño en lugar de guardarlo en su cajón. Cuando llegas por la mañana y vas a echar el primer pis es muy posible que te encuentres a una tía maquillándose. Y cuando digo maquillándose no digo retocándose los labios o la raya del ojo. No, me refiero a maquillarse desde cara lavada. Igualito que en casa, vamos.
La última mejora es el secamanos. Aquí hay unos secamanos como de la NASA. Tienes que meter la mano en una ranura. Yo la metí con miedo. Salvando las evidentes distancias, me sentí cual Audrey en la boca de la verdad en ‘Vacaciones en Roma’. De repente salió una ráfaga de aire tan fuerte que me hizo dudar de si conservaría las uñas y las piedras de la sortija. Una vez comprobada su seguridad para con mis extremidades y sus adornos estoy planteándome seriamente si ir trayéndome cada día una sortija para dejarlas como recién salidas de la joyería.
De todos modos, no compensa, yo prefería mi isla. Además me han separado de mis compis de cruceta que eran estupendos.
No todo es malo...
ResponderEliminarSnif, snif
Mierda, sabía que se me olvidaba algo. Me quedó tan largo y lo hice tan a salto de mata que se me olvidó decir que lo mejor del cambio es recuperar a mis otros compis. Sobre todo a ti Juanjo.
ResponderEliminarDe todas maneras, te quejas, pero tendrías que ver donde trabajo yo. Es un sitio en el que se lleva sin pasar una fregona meses. Y aquí también se calientan las comidas y se come sin ninguna separación respecto al resto.
ResponderEliminarND, a partir de ahora da gracias si existen fregonas que pasar aunque sea trimestralmente.
ResponderEliminarAnnie, ya lo sé, pero soy asi de chinche :)
No te equivoques, nos echarán a todos menos a los de la limpieza. Tienen una especie de contrato blindado a prueba de todo.
ResponderEliminarQue envidia lo de la Pradera. no sabía que aún actuase. ¿sabes cuando es o donde es su próximo concierto?
ResponderEliminarPues creo que o toca o tocaba en Logroño y en Valladolid antes o después. Lo encontré no sé en qué web. Busca porque creo que sí tocaba en junio.
ResponderEliminarFue maravilloso, repito.
Ah! soy Annihall suplantando a ND