Navidades madrileñas
Estos días de no-puente frío y lluvioso los hemos dedicado a actividades prenavideñas con los niños: fuimos al mercadillo de la Plaza Mayor, a ver el árbol de la Puerta del Sol y las luces de la calle, hemos puesto el árbol en casa... Pero no os voy a hablar de eso. No, no voy a hablar de cómo un año más hemos picado y hemos sido el colmo de la originalidad yendo al centro de Madrid el mismo día que el resto de España, ni del presunto árbol de Navidad (Agatha, querida, ¿realmente era necesario?), ni de la odisea para volver a casa... No, hoy voy a hablar de los recuerdos que todas esas actividades con los niños han traido a mi memoria.
Porque, durante dieciocho años, Madrid, en concreto el centro de Madrid, y Navidad, eran la misma cosa para mí. Solo veníamos a Madrid en Navidad a pasar las fiestas con la familia. De Nochebuena a Nochevieja nos pasábamos los días de la plaza de la Ópera, donde vivían unos abuelos, al Retiro, donde vivían los otros.
Al principio veníamos en el coche-cama. En dos compartimentos comunicados por una puerta. Cuando llegabas solo había un sofá y luego venía un mozo y sacaba las literas. Por supuesto, nos peleábamos por la de arriba y nos parecía toda una aventura. Me encantaba. Recuerdo bien el calorcito dentro del compartimento y el frío cuando tocabas la ventanilla.
Dormíamos en casa de mis abuelos maternos. De niños, luego no lo recuerdo, mi hermano y yo compartíamos una cama plegable, uno a los pies y otro a la cabeza. Todas las noches mi abuela nos cantaba 'Don Fernandito' que, según mi tía, es una versión cántabra del romance del Conde Olinos. No sé cómo éramos capaces de dormir después de tanta truculencia pero supongo que bien porque se la pedíamos cada noche. Al despertarnos, mi abuelo repetía el ritual de las vacaciones veraniegas con el jabón de afeitar y luego desayunábamos churros o tostadas que hacía mi abuela.
Y después del desayuno un montón de cosas. Nos dedicábamos a disfrutar todo lo que podíamos la gran ciudad y lo que no teníamos en casa. Mi otro abuelo nos llevaba al Rastro y acabábamos en Sol, donde su amiga María, cocinera en la Menorquina, nos regalaba alguna exquisitez. Mi tío nos conseguía entradas para Juvenalia. Íbamos al cine o al teatro, ya de más mayores. En mis años de canasta, nos desgañitábamos en el Torneo de Navidad. Visitábamos, porque lo que se dice comprar, poco, el corte inglés o la vaguada obnubilados cual Paco Martínez Soria. Y eso que por entonces ni siquiera había cortilandia. También nos tocaba alguna visita familiar o a viejos amigos de los padres que no nos apetecían nada.
De todas esas salidas a mí lo que más me gustaba eran los paseos bien abrigada. Caminar con el frío seco dándome en la cara y ver las luces. Me encantaban unas que había en Cibeles, aunque supongo que ahora me parecerían horrorosas, y los árboles de Alcalá y Menéndez Pelayo llenos de bombillas. Creo que entonces las ponían con más arte pero a lo mejor la memoria me traiciona. A veces, las menos, íbamos andando de una casa a otra rodeando el Retiro y por Álcala y Arenal y era estupendo.
Mi padre nos llevaba a la cuesta de Moyano o a tomar un gofre en la calle del carmen o un pincho de bacalao en Labra o un sandwich de salami en Ferpal o, esto ya me gustaba menos, a McDonald's. Que ahora parece una chorrada, pero hace veinticinco años en Santander casi ni sabíamos lo que era.
Las noches de fiesta las pasábamos con la familia de mi madre en Ópera. Los días en el Retiro. De las noches me acuerdo mejor, supongo que porque somos más y se montaba más lío. Y también porque, como dice el dicho días de mucho, vísperas de nada.
A media tarde iban a llegando mis dos tías de Madrid para preparar la cena entre las cuatro hermanas. Cuando se juntan son terribles, hablando a gritos todas a la vez. A mí me gusta verlas, aunque es verdad que es un poco estresante, así que mi padre intentaba escaquearse un rato. Ese rato lo aprovechaban para darse sus regalos. Los más interesantes eran siempre los de mi tía C, que vivía en París, y traía cosas súper modernas y, generalmente, carísimas que nosotros ni catábamos. Cuando no querían que nos enteráramos de algo hablaban en francés entre ellas.
En la cena nunca faltaba foie y salmón que esa misma tía se encarga de traer con toda la parafernalia: mermelada de cebolla y sauternes para el foie y alcaparras, huevo y cebolla para el salmón. ¡Ay de ti como quieras tomarlo de otra manera y te cace! El plato fuerte ha ido cambiando con los años, unos cordero, otros solomillo, otros pescado... Pero de postre siempre, siempre sopa de almendra que preparaba mi abuela.
Nos poníamos de tiros largos y los últimos años mi abuelo organizaba una rifa en Nochebuena. Una especie de lotería con premio gordo, pedrea y premio de consolación para todos.
Al día siguiente, antes de comer en casa de los otros abuelos, íbamos a Santa Bárbara a tomar el aperitivo. Allí quedaban mis padres con sus compañeros de la facultad. Entonces era de los pocos sitios abiertos en Madrid el día de Navidad.
En Nochevieja el ritual era más o menos el mismo solo que sin regalos ni sorteos. Había siempre un momento de tensión en el que los yernos tenían todo el protagonismo: había que mover la tele hasta el salón y conseguir que se viera antes del momento sagrado del especial de Martes y Trece. La famosa empanadilla de Móstoles la vi allí, con todos ellos. Luego venían las campanadas. La tradición familiar es mi madre diciendo 'esto es imposible' en la tercera, más o menos. Supongo que es una táctica para no ser la única que no consigue comérselas. El fin de fiesta consistía en devolver la tele a su lugar y sintonización original para que mi abuelo pudiese ver el concierto de Año Nuevo la mañana siguiente.
Y el nuestro era la vuelta en el tren con algo de pena. Tampoco mucha porque todavía nos quedaban los Reyes. Y en mi casa los Reyes son todo un acontecimiento. Lo dejaré para otro día.
Me ha traído recuerdos de mis viajes a Madrid, también en Navidad o en los días previos. A pesar de estar tan cerca de Madrid veníamos muy poco. Yo sí recuerdo cortilandia, las luces, la aglomeración de gentes... respecto a las cenas de Navidad y Nochevieja, nosotros nunca las hemos pasado con más familia que nosotros y mis abuelos así que me da un poco de envidia, aunque es cierto que tu madre y sus hermanas hablando a voces es un espectáculo que es mejor tomar 'de a poquito'.
ResponderEliminarLas navidades de la infancia es algo que no se olvida nunca. Ya veo que tú te lo pasabas en grande. Yo también lo echo de menos, nosotros nos juntábamos toda la familia (somos unos veinte más o menos) y cantábamos villancicos...qué épocas
ResponderEliminar¡¡Yo dormía a mis hijos de pequeños con el Conde Olinos!!
ResponderEliminarNosotras íbamos desde la Purísima hasta primeros de año a Madrid y reyes en Zaragoza.Me acuerdo perfectamente del "shock" de la Vaguada, era el primer centro comercial a la americana, de Juvenalia, no quiero ni pensar las colas que habrá ahora, y de ese frío seco que me permitia hacerme la foto en el Retiro nevado en manga corta.
ResponderEliminarAy Annie,me has puesto muy muy nostálgica... esta tarde hemos estado poniendo el belén en casa de mi madre (tiene su mérito, la pobre, ya te contaré), y pese a lo entusiasmadísimo que estaba J1 con el árbol y tal... la navidad ya no tiene ese brillo, espero que para él si la tenga y dentro de 30 años recuerde que siempre se ponía el belén en el puente de diciembre.
ResponderEliminarSeguro que sí Tochi.
ResponderEliminarPseudosocióloga nos tienes completamente despistados: ¿desde la purisima hasta primeros de año en madrid? Pedazo vacaciones. Luego en Zaragoza, fuiste presidenta de mesa en las catalanas pero tienes que poner la tdt para tus padres en Madrid... vaya ajetreo de vida, chica.
La navidad son recuerdos de cuando niños, olvido, cuando se tienen niños, olvido.
ResponderEliminarMira tú por dónde, como en el anuncio del Almendro, este 24 vuelve mi hijo a Madrid y estoy contento y nos toca en casa la nochebuena y la nochevieja, mesas grandes, pero esta vez no voy bufando por las esquinas, sino contento de prepararlas.
Ya ves, la navidad y la publicidad, qué cosas.
Los recueros de mis navidades son sencillamente patéticos, no me extraña que no me gusten nada.
ResponderEliminarSin embargo me esfuerzo para que Dani los tenga mejores, a pesar de haberme pasado medio puente convenciéndole de que en el árbol no se pueden colgar los dihosos Gormitis :)
Ani, yo estuve una vez en Madrij prenavidad y me gustó mucho: la Plaza Mayor, chocolates en "La Platería" (alguien conoce este lugar?) y la Pensión Retiro. Un clásico.
ResponderEliminarbesos
Me ha gustado lo de recuerdos, olvido, recuerdos...
ResponderEliminarJuanjo ¿de verdad es para tanto? Y deja un poco a Dani un gormiti en el árbol no es tan malo. No te hacía yo tan esteta.
Di, qué vergüenza, no conozco tus clásicos madrileños. Yo chocolates conozco los de san gines y solo de oídas. Cuando fui mayor la nochevieja empezamos a pasarla en casa. ¿Pensión retiro? Tampoco la conozco. Yo creo que hace años era mejor. Ahora estamos todos en todas partes y además los centros de las ciudades parecen todos la misma ciudad. O será que me hago vieja.
Yo soy nacida en Zaragoza, criada en Barcelona, donde he vuelto cuando el estado me ha obligado a escolarizar a mi hija, pero trabajo en Madrid donde todavía no he conseguido vender el piso.
ResponderEliminarMis vacaciones desde la Purísima hasta reyes eran cuando era yo era pequeña.
Éste puente tenía que trabajar 6 y 7, así que me traje a mis padres y a mi hija, aprovechando que todavía tengo casa.Mi churumbel y yo nos apañábamos sin TDT ni ordenador, así como otros se apañan sin wifi teniendo ordenador.
¿Francamente confuso, no?